miércoles, 30 de marzo de 2011

MANUEL ANTÍN: EL DIRECTOR DE CINE QUE MÁS ADAPTACIONES REALIZÓ A LA OBRA DE JULIO CORTÁZAR

"Los defensores de un cine no literario no quieren ver toda la literatura que hay detrás del cine. Somos gente escrita. Yo creo que todo es literatura."
Manuel Antin



A principios de la década del 60, Manuel Antin comienza su carrera cinematográfica adaptando cuatro cuentos de Julio Cortázar en tres largometrajes: La cifra impar (1961, adaptación de "Cartas de mamá"), Circe (1963, adaptación del cuento homólogo) e Intimidad de los parques (1964, fusión de dos cuentos: "El ídolo de las Cícladas" y "Continuidad de los parques"). Tras haber visto los resultados de la primera película, Cortázar señala con entusiasmo: "nada podría hacerme más feliz que darle un hermoso tema al hombre que filmó La cifra impar", por lo que, más tarde, aceptará colaborar con la escritura de los dos guiones siguientes.

Entre 1961 y 1975, escritor y director mantienen una correspondencia profesional y personal -vía París-Buenos Aires- que atestigua no sólo cómo fueron tomando forma las adaptaciones sino también cómo fue creciendo una amistad entrañable.

El eje temático que vertebra las tres adaptaciones se resume en la inscripción que abre la última película (Intimidad de los parques) y que cierra la trilogía: "Antiguas leyendas cuentan esta historia: la mujer que se niega al amor se convierte en piedra". Los tópicos de la mujer y del amor denegado funcionan como el detonante del conflicto en este juego de trilogías compuesto por tres adaptaciones, tres dramas amorosos, tres jóvenes mujeres protagonistas, que encarnan la muerte, como las parcas griegas.

La figura femenina es un tema fundamental en la obra de Cortázar y a menudo aparece identificada -como en estos cuentos- con el orden de la oscuridad, del más allá y de lo hechiceril, cuyos exponentes más claros son: Paula, en "La bruja" (1944), Ariadna en Los reyes (1947), Delia Mañara en "Circe" (1951) y la Maga de Rayuela (1963), entre otros. Junto a esa particular visión del poder y de la ominosidad latentes en la esfera de lo femenino, también puede detectarse en sus relatos un enfoque de las relaciones fundadas sobre dos tipos de vínculos: el de la incomunicación (el silencio, lo no dicho) y el de la violencia (psicológica y física). Alicia Puleo reconoce la filiación entre erotismo y muerte en numerosos relatos de Cortázar, por lo que, con frecuencia, "sexualidad y violencia se transforman en sinónimos". Al hablar de su cuento "El río", Cortázar sugiere que la clave para descifrarlo reside en "el viejo tema de que amar es matar al ser amado", haciéndose sin duda eco de las teorías de George Bataille, por las que se interesó tanto como por las de Freud y las de Lacan.

La lectura de Antin para las adaptaciones se focaliza igualmente en ese esquema de relaciones signadas por el desencuentro afectivo y en ese modelo de mujer, la embelesadora, la infiel, que se ahoga en su pasión encorsetada por la imposibilidad de entregarse. Las conductas de las tres protagonistas están teñidas por la sombra del binomio eros-thánatos donde la muerte es siempre el precio del amor.

Aunque mantiene el argumento del cuento, la primera película se construye como una lectura edípica de la historia, cuya clave está contenida en el título: La cifra impar se refiere a la asimetría de los triángulos, ya que el director pone el acento en dos relaciones impares (Mamá/Nico/Luis y Laura/Nico/Luis) y en dos pares de dobles (Mamá/Laura y Luis/Nico). La película se abre con una metáfora visual: el perfil de mamá superpuesto sobre un retrato de Laura pronto sugiere una simetría misteriosa. Con una intención invisible en el cuento, la película demuestra que para Luis apropiarse de Laura significa recuperar a la madre y unirse a ella para siempre, por eso le dice sin mirarla: "Mamá..., Laura es como vos, Laura es vos". Ante esta interpretación de la historia, Cortázar palmeó el hombro de Antin y le dijo: "Pibe, ahora entendí mi cuento".

Con el mismo sentido de economía verbal, el cuento comienza con una frase de mano maestra -"Muy bien hubiera podido llamarse libertad condicional"- y avanza zigzagueante a través de un ardid literario muy cortazariano: el de ir encerrando las contradicciones internas de Luis entre paréntesis, porque "No quedaba más que una parva libertad condicional, la irrisión de vivir a la manera de una palabra entre paréntesis".

Para transponer al lenguaje fílmico las ideas de encierro psicológico y de incomunicación que atraviesan el relato, Antin traslada el peso de lo no dicho (el nombre de Nico y la culpa por su muerte que va acorralando a la pareja) a otro motivo visual: la construcción de la puesta en escena aparece subrayada por rejas, barrotes y alambrados. La cámara recorta obsesivamente a los protagonistas desde los barrotes de la escalera que divide lo alto y lo bajo (espiritual) en la casa lúgubre de la familia; los barrotes que encuadran las camas donde muchas veces discuten e intentan intimar forzadamente Laura y Luis; el alambrado de la estación de trenes en la que Luis le confiesa a un primo que piensa fugarse con Laura; y es precisamente detrás de las rejas de un parque parisino cuando Laura sentencia: "Quiero decir más todavía; quiero decir que entre vos y yo lo hemos matado, Luis".

La elección del recurso no fue premeditada en el director, pero tiene una posible explicación: "Es que entonces toda la ciudad (todo el país y también todo el mundo) estaba más encerrada entre rejas, no tanto porque hubiera más casas y menos edificios, sino porque la sociedad padecía de un encierro que hoy ya casi no existe: el de la incomunicación, que para nuestra generación fue un tema clave". Desde ese lugar, la película cumple con una de las funciones más apasionantes de las adaptaciones: la de convertirse en focos de iluminación del texto original.

La "Circe" cortazariana es una adaptación de la bruja homérica de la Odisea. Los vecinos sospechan de la joven Delia Mañara (Graciela Borges) por las muertes inexplicables de sus dos últimos novios -Héctor (Walter Vidarte) y Rolo (Sergio Renán)- y atormentan a su nuevo compañero, Mario (Alberto Argibay), quien encuentra extrañas las conductas de Delia: la obsesión por ciertos animales, por la fabricación de licores y bombones, y por la necesidad de conservar el luto.

Con la intención de retratar a una Delia Mañara más humana, más contradictoria y más víctima de sí misma, inscripta además en un contexto completamente sesentista, en la versión fílmica de Circe, la caracterización de la joven no está lograda tanto a través de los gestos cotidianos sobre los que insiste el cuento (el apego al piano, a los animales y a la preparación de los bombones), como forjada a partir de dos motivos visuales: el de la mujer delante de la ventana y el de la mujer frente al espejo, dos instancias en las que -según Jordi Balló- las protagonistas cinematográficas miran dentro de sí y se cuestionan. Si en el cuento estos dos espacios están apenas mencionados, la película les otorga un lugar protagónico con el fin de convertirlos en puntuaciones dramáticas de la historia y de conducir al espectador por los pasajes íntimos de la conciencia de la joven.

La película repone una línea de análisis ausente en el cuento: Delia está presa de su sino -ser la repetición involuntaria de la fuerza ancestral que le dicta su doble griego: la bruja homérica- contra el que, de a ratos, parece rebelarse: "No soy libre, Mario, estoy atada a algo, estoy atada a mí misma". En su imposibilidad de trascender ese destino, pasa días refugiada detrás del límite infranqueable que le impone la ventana, desde donde espía y despide cada noche a sus pretendientes. La casa, la ventana y las rejas son funcionales a su encierro al mantenerla incomunicada con la realidad: "Quizá hablamos de tiempos diferentes o del mismo, pero de cada lado de mi persiana".

Otro rasgo añadido a la construcción del personaje (inexistente en el cuento) se refiere a la lucha interna con su sexualidad, temática clave para la generación del 60. Frente a la preparación del guión, Cortázar reelabora a la protagonista y la ve presa de una radical incapacidad de brindarse, de modo que, si no puede poseer por vía del amor, lo hará por la red de la destrucción: "A veces prefiero a los muertos, son más míos que vos", le dice a Mario. Tras rechazar todo acercamiento íntimo que ensayan sus novios, Delia se encierra en la privacidad de su cuarto, donde despliega un ritual de autoadoración de su imagen desnuda frente al espejo. Ante la frustración sexual que su negativa provoca en el hombre, la joven siente liberada la represión de su propio erotismo como goce por el sufrimiento de la víctima. En esos instantes de desenmascaramiento solitario frente al espejo, Delia -magistralmente interpretada por Graciela Borges- concentra lo máximo de su perversidad, proyectando todo lo que la acerca a Circe, su doble lejano; el rictus siniestro, la risa diabólica, el juego de luces y sombras, subrayados por la sordidez de la música, la enmarcan en un escenario irreal, alucinatorio e intimidante para el espectador.

Fueron estas escenas eróticas de Delia las que determinaron que el Consejo Nacional Honorario de Calificación Cinematográfica decidiera censurarla. Finalmente no hubo que hacer ningún recorte y la versión actual es la original.

Para el guión, Cortázar volvió a la Odisea y añadió ciertos guiños que remiten al poema épico: así, al verso griego "Circe cantaba con una hermosa voz mientras tejía una divina tela" le corresponde la escena en que Delia entra en el living de su casa tarareando una canción popular (pegadiza) y se sienta a bordar un regalo para Mario.

Raquel (la mujer liberal de los 60 que seduce a Mario) es un personaje clave añadido en la película. En cuanto es la que "espera" la definición de Mario, podría encarnar a Penélope, pero esta interpretación es algo forzada. Más bien es la contrafigura de Delia, porque Raquel es una mujer "normal", como ella misma señala, y encarna la normalidad en lucha con la anormalidad, como metáfora del enfrentamiento que fecunda a lo fantástico.

A diferencia de las otras dos películas, donde la figura del doble masculino es evidente, en Circe aparece desdibujada, pero deja en claro -como querían sus autores- que Rolo, Héctor y Mario son un único hombre y que para Delia el rito sacrificial conserva su singularidad aunque varíen las víctimas. Por eso, a la pregunta de la madre: "Delia, por favor, ¿hasta cuándo?", la joven responde: "Pero si siempre es la misma vez, mamá".

A pesar de la negativa de Cortázar, Antin cumplió su proyecto de cruzar, para Intimidad de los parques, los argumentos de "El ídolo de las Cícladas" y "Continuidad de los parques". El paralelismo entre ambos cuentos es el mismo de La cifra: la rivalidad de dos hombres (el doble) por una mujer y un triángulo amoroso que desemboca en la muerte.

La película repone lo que el cuento sobreentiende apenas: que la búsqueda de Thérèse se mueve indefinidamente, como ocurría con Laura en La cifra, entre la sensibilidad poética de Somoza y la superficialidad terrenal de Morand. Lo impronunciable aquí -para los rivales- es el nombre de Thérèse, como antes ocurría con Nico. El cuento no define en ningún momento la posición afectiva de la mujer, sino que se limita a asociarla al universo no humano que se va confundiendo con la realidad. Dominada por el ídolo, ella no participa en el relato; permanece estática y muda, como la estatuilla de mármol, pero desde su lejanía determina el derrotero de los acontecimientos. Al igual que la palabra (ausente), la presencia de la mujer se materializa a través de su mutismo ensordecedor. Entre los dobles masculinos, ella encarna la palabra que no es posible recuperar: el discurso historiográfico o los descubrimientos arqueológicos pueden reinventar la Historia, pero no pueden revivirla. El lenguaje, por tanto, sólo en apariencia se comporta como un nexo comunicante, pero es en realidad un símbolo de la ruptura entre los distintos tiempos, las diversas culturas y las polaridades de los hombres.

El director trasladó el escenario original de Grecia a Machu Picchu. Dado que el paisaje y la mujer, en tanto embajadora del ídolo, se comportan como los protagonistas de la película, uno de los mejores aciertos de la puesta en escena es el de haber creado entre ambos una identificación que emergiera de un nuevo triángulo: la estatua-Teresa-las ruinas, las tres relacionadas a la piedra. Las puntuaciones dramáticas del film están logradas en esos instantes en que Teresa se desplaza, como adherida a las rocas, por los laberintos de las ruinas, semejante a una protuberancia o una figura en relieve de los muros antiguos. El territorio ascencional de Machu Picchu subraya el sentido de trascendencia cosmogónica que ya contiene el paisaje como motivo visual, puesto que funciona como correlato de los mundos implicados en lo alto y lo bajo: Mario encarna lo espiritual, Héctor simboliza lo terrenal y Teresa se comporta como emisario de lo primero (el mensaje divino) en el espacio de lo segundo (el orden humano).

Los dos pilares sobre los que se levantan las películas de este período de Antin son las pasiones traicionadas y el rol que cumple la memoria como depositaria -y también traicionaria- del Tiempo en la existencia humana, dos temas extensibles a Los venerables todos y Castigo al traidor, en las que el engaño es el móvil de las relaciones en el seno de complots políticos. Con excepción de esta última, en todas, la mujer encarna el motivo de la discordia. Si en Circe la figura femenina es un emisario del mal, en La cifra funciona como la causa edípica de la enemistad entre dos hermanos, mientras que en Intimidad y en Los venerables representa la imagen del deseo que destruye un antiguo lazo de amistad.

El juego de dobles entre los protagonistas de la trilogía aparece complicado, a su vez, por otros recursos laberínticos en el tiempo y en el espacio, que mantienen a los personajes desdoblados entre distintos momentos y ciudades: Buenos Aires (pasado) y París (presente) en "Cartas de mamá"; los fantasmas de Rolo y Héctor (pasado) invadiendo la relación con Mario (presente) en "Circe"; el antes (París) y el después (Grecia) del descubrimiento de la estatua en "El ídolo". Antín ha denominado a este astillamiento del estilo cortazariano "una poética de espacios y tiempos rotos" para la que debió encontrar un lenguaje audiovisual equivalente. Con ese fin, se valió no sólo de una adecuada creación de la atmósfera, sino en mayor medida de arriesgados juegos de montaje que, en parte debido a fallas técnicas durante la última filmación, llevó a un extremo en Intimidad.

El paralelismo entre la trilogía y los filmes de Alain Resnais -Hiroshima mon amour (1959) y El año pasado en Marienbad (1961)- y de Alain Robbe-Grillet -La inmortal (1961)-, sobre el que ha insistido la crítica, responde sobre todo a ese tratamiento laberíntico del tiempo. Según Antin -que niega la influencia y entiende, en cambio, que las similitudes se deben a un "aire de época"- su tendencia a presentar texturas quebradas surge de la prosa de Cortázar tanto como de su propia obsesión frente al Tiempo: "Creo que la mente del hombre es una especie de rompecabezas". Lo que comparten los directores es una composición poética de los discursos fílmicos, lograda sobre la base de la elipsis, lo sugerido, las metáforas visuales y los guiños literarios, de donde resulta una atmósfera onírica, que se mueve entre lo alucinatorio y lo fraccionado, lo fantasmagórico y lo teatral. La memoria y la mujer -traicioneras, metamórficas, inaprensibles- son los temas que acercan las voces líricas de los narradores en estas películas.

La trilogía surca ondulante el límite entre lo fantástico y el drama psicológico. Cortázar no se equivocaba al señalar cierta tendencia del director a "distraerse" de la tensión fantástica para ocuparse más de la dimensión psíquica y afectiva de los personajes. Aunque Antin mantiene ciertos rasgos del género fantástico -la construcción de la puesta en escena, en las dos primeras películas, y el esquema del doble, en toda la trilogía-, su tratamiento de las historias se desliza sensiblemente hacia ese plano más psicológico en el que los fantasmas no son sobrenaturales sino figuras de la conciencia.

Las cartas de cine intercambiadas entre ambos artistas son el reflejo de un ejercicio de escritura a dúo, una partida de ajedrez dinámica pero muy meditada. Como ocurre con todos sus personajes, la relación también parece forjada sobre una tensión de dobles que se atraen y se complementan: Julio Cortázar, argentino residente en París y escritor cinéfilo, y Manuel Antin, a la inversa, descendiente de franceses radicados en la Argentina y un cineasta con vocación literaria, reunidos entre las orillas de Buenos Aires y París. A pesar de las aisladas diferencias que por momentos parecieron enfrentar los propósitos estéticos de cada uno, Manuel Antin no dudó nunca en admitir que "Cortázar era el escritor que yo no era, era mi otro yo escritor" y el autor de Rayuela elogió la obra de su amigo con una de las sentencias más conmovedoras que pueda recibir un director: "tu cine será eso, un fuego intenso que dejará a todo el mundo con la cara dada vuelta para siempre".


BIOFILMOGRAFIA DE MANUEL ANTIN

Nació en Chaco en 1926. Estudió abogacía. Publicó tres libros de poemas, escribió dos novelas y estrenó dos obras teatrales.
Se inició en la realización cinematográfica con tres cortometrajes: coguionista y productor en Contracampo (1958) y coguionista en Luz, cámara, acción (1959), ambos de Rodolfo Kuhn; realizador y argumentista en Biografías (1960). En 1965 realizó "La estrella del destino", uno de los cinco episodios incluidos en Psique y el sexo de varios directores argentinos.
Entre 1961 y 1981 realizó diez largometrajes, de los cuales nueve -con la excepción de la histórica Juan Manuel de Rosas (1971)- son adaptaciones literarias: La cifra impar (1961), Circe (1963) e Intimidad de los parques (1964), basadas en cuentos de Julio Cortázar; Los venerables todos (1962) sobre su propia novela inédita; Castigo al traidor (1965), cuento de Augusto Roa Bastos; Don Segundo Sombra (1969), nouvelle de Ricardo Güiraldes; La sartén por el mango (1972), obra teatral de Javier Portales; Allá lejos y hace tiempo (1977), relato autobiográfico de Guillermo E. Hudson; y La invitación (1981), novela de Beatriz Guido.
Fue director del Instituto Nacional de Cinematografía entre 1983 y 1989. Durante su gestión el cine argentino ganó más de doscientos premios internacionales. En 1991 creó la Fundación Universidad del Cine (FUC) de la que sigue siendo director.
Fue condecorado por Francia e Italia. Obtuvo en su país el Premio Leopoldo Torre Nilsson de la Cinemateca Argentina. Los "Encuentros de cine de Sorrento" le concedieron el Premio Vittorio de Sica por su obra cinematográfica. En 1994, el Fondo Nacional de las Artes de la Argentina le otorgó el Gran Premio Anual por su trayectoria cinematográfica, educativa y cultural.

ANTONIN ARTAUD: EL TEATRO Y SU DOBLE

Antonin Artaud. El teatro y su doble



Las ideas claras son ideas acabadas y muertas. La poesía es anárquica en tanto cuestiona todas las relaciones entre objeto y objeto y entre forma y significado. La verdadera poesía es metafísica, quiéraselo o no, y yo aun diría que su valor depende de su alcance metafísico, de su grado de eficacia metafísica. Hacer metafísica con el lenguaje hablado es hacer que el lenguaje exprese lo que no expresa comúnmente; es emplearlo de un modo nuevo, excepcional y desacostumbrado, es devolverle la capacidad de producir un estremecimiento físico, es dividirlo y distribuirlo activamente en el espacio, es usar las entonaciones de una manera absolutamente concreta y restituirles el poder de desgarrar y de manifestar realmente algo, es volverse contra el lenguaje y sus fuentes bajamente utilitarias, podría decirse alimenticias, contra sus orígenes de bestia acosada, es en fin considerar el lenguaje como forma de encantamiento.

Dejemos a los profesores la crítica de los textos, a los estetas la crítica de las formas, y reconozcamos que si algo se dijo antes no hay por qué decirlo otra vez; que una misma expresión no vale dos veces; que las palabras mueren una vez pronunciadas, y actúan sólo cuando se las dice, que una forma ya utilizada no sirve más y es necesario reemplazarla.
O nos mostramos capaces de retornar por medios modernos y actuales a esa idea superior de la poesía, o sólo nos resta abandonarnos a nosotros mismos sin protestas e inmediatamente, reconociendo que sólo servimos para el desorden. O retrotraemos todas las artes a una actitud y una necesidad centrales, encontrando una analogía entre un movimiento de la pintura o el teatro y un movimiento de la lava en la explosión de un volcán, o debemos dejar de pintar, de gritar, de escribir o de hacer cualquier cosa.

Se trata, pues, de crear una metafísica de la palabra para rescatarla de su servidumbre a la psicología. Pero nada de esto servirá si detrás de este esfuerzo no hay una suerte de inclinación metafísica, una apelación a ciertas ideas insólitas. No se trata, por otra parte, de poner directamente en escena ideas metafísicas, sino de crear algo así como tentaciones, ecuaciones de aire en torno a estas ideas. Y el humor con su anarquía, la poesía con su simbolismo y sus imágenes nos dan una primera noción acerca de los medios de analizar esas ideas. Pues todo este magnetismo y toda esta poesía y sus medios directos de encanto nada significarían si no lograran poner físicamente el espíritu en el camino de alguna otra cosa, si no pudiera darnos el sentido de una creación de la que sólo poseemos una cara, pero que se completa en otros planos. Nada significan el humor, la poesía, la imaginación, si por medio de una destrucción anárquica generadora de una prodigiosa emancipación de formas no alcanzan a replantear orgánicamente al hombre, con sus ideas acerca de la realidad y su ubicación poética en la realidad.

Y reivindico así el derecho de romper con el sentido usual del lenguaje, de quebrar de una buena vez la armadura, de hacer saltar el collar de hierro, de regresar, en fin, a los orígenes etimológicos del lenguaje. Hay otros lenguajes en el mundo además de nuestro lenguaje occidental que ha optado por la precisión, por la sequedad de las ideas, y que las presenta inertes e incapaces de despertar a su paso todo un sistema de analogías naturales. Las palabras no quieren decirlo todo, y por su naturaleza y definido carácter, fijado de una vez para siempre, detienen y paralizan el pensamiento, en lugar de permitir y favorecer su desarrollo. Trato de devolver al lenguaje de la palabra su antigua eficacia mágica, su esencial poder de encantamiento, pues sus misteriosas posibilidades han sido olvidadas. La palabra se ha osificado, los vocablos, todos los vocablos, se han helado y envarado en su propia significación, en una terminología esquemática y restringida. La palabra necesita que se la deje en libertad, y he aquí entonces que el lenguaje se reconstituye, revive con una especie de severa pureza moral que no teme pagar a la vida el precio que ella exige.

Antonin Artaud. El teatro y su doble. 1938.

CORTAZAR-BRETON / LA MAGA-NADJA


«Amada imaginación, lo que más amo en ti es que jamás perdonas. Únicamente la palabra libertad tiene el poder de exaltarme. Me parece justo y bueno mantener indefinidamente este viejo fanatismo humano. Sin duda alguna, se basa en mi única aspiración legítima. Pese a tantas y tantas desgracias como hemos heredado, es preciso reconocer que se nos ha legado una libertad espiritual suma. A nosotros corresponde utilizarla sabiamente. Reducir la imaginación a la esclavitud, cuando a pesar de todo quedará esclavizada en virtud de aquello que con grosero criterio se denomina felicidad, es despojar a cuanto uno encuentra en lo más hondo de sí mismo del derecho a la suprema justicia. Tan sólo la imaginación me permite llegar a saber lo que puede llegar a ser, y esto basta para mitigar un poco su terrible condena; y esto basta también para que me abandone a ella, sin miedo al engaño (como si pudiéramos engañarnos todavía más). ¿En qué punto comienza la imaginación a ser perniciosa y en qué punto deja de existir la seguridad del espíritu? ¿Para el espíritu, acaso la posibilidad de errar no es sino una contingencia del bien? No será el miedo a la locura lo que nos obligue a bajar la bandera de la imaginación», del Manifiesto Surrealista de 1924.
El surrealismo, como arte, es puro proceso. Fue primordialmente el más rico sistema de lecturas, donde vida y poesía resultan inseparables. ¿Cómo enlazarlas? Quizá como lo hace Jarry, a expensas de la marginalidad, o en la locura de Holderlin o de Nerval. Su nombre es tomado de Apollinaire, quien lo utiliza por primera vez, al definir su obra Las tetas de Tiresias, como drama surrealista. Lo resume así: «Cuando el hombre quiso imitar el andar, creó la rueda, que no se parece en nada a una pierna. Así hizo surrealismo sin saberlo».

Los surrealistas votaban por un automatismo psíquico puro, el dictado del pensamiento ajeno a la razón, a la estética y a la moral. ¿Dónde se encuentran todos los elementos surrealistas? En los Cantos de Maldoror, de Lautréamont. El azar objetivo y los valores antiburgueses toman vida en el Canto VI: «Sé leer la edad en las líneas fisiognómicas de la frente: tiene dieciséis años y cuatro meses. Es bello como la retractilidad de las garras en las aves de rapiña; o también como la incertidumbre de los movimientos musculares en las llagas de las partes blandas de la región cervical posterior; o mejor, como esa ratonera perpetua, constantemente tendida de nuevo por el animal atrapado, que puede cazar por sí sola, indefinidamente, roedores y funcionar incluso oculta bajo la paja; y, sobre todo, como el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección». La del montevideano es la obra sin vida, para César Aira, porque es un ícono, un espectro, la obra sin el cuerpo. No está sospechada de contaminación.
Cortázar habla de Duchase como sometedor del «lenguaje enunciativo a la marcha de un acaecer alternadamente mágico, onírico, de pura creación automática […] negándose a someter su realidad poética a los órdenes estéticos del lenguaje, superado por una avalancha de imágenes fulgurantes y deslumbramientos atroces, el Conde se deja hablar». «el surrealismo se colocará incluso más allá, en actitud extrapoética —mientras se trate de poesía formulada en estructuras ortodoxas, que huelan a herencia, a romanticismo, simbolismo o decadentismo» […] «el surrealismo es, ante todo, una concepción del universo y no un sistema verbal». El trabajo del escritor es descongelar al mundo, hacerlo fluir en su obra.

Rayuela, como novela experimental, se conecta con las vanguardias europeas, especialmente el surrealismo y la patafísica, que estudiará las leyes que rigen las excepciones, los hechos accidentales, explicando el universo que las complementa. Comprometido con su búsqueda metafísica y la hipótesis sobre el agotamiento de la novela y las convenciones de la representación realista, Rayuela es un libro de metaficción, es el intento de recrear la realidad a través de la imaginación y de la palabra.

Oliveira está convencido de la ineficacia de la razón, por eso nos habla de quién nos curará del fuego sordo. El hombre después de esperar todo de la inteligencia y el espíritu se siente traicionado. «Solo en los sueños, en la poesía, en el juego, nos asomamos, a veces, a lo que fuimos antes de ser esto que vaya a saber si somos», dice Morelli.

Nadja-la Maga
Nadja ha escogido su nombre por ella misma «porque en ruso es el principio de la palabra esperanza» y Lucía pide a Horacio que no la llame así, porque ella es La Maga y «la unidad quiere decir que todo se junta en la vida para poder verlo al mismo tiempo» y «los pedazos pasan como un hilo entre las piedras verdes». Es la suma de los actos lo que define a la vida.
Nadja, el modelo más acabado del surrealismo, es una novela-documento. Una historia hecha de encuentros fortuitos y azares que, al enlazarse en el texto, toman el color de la poesía. La actitud del poeta adquiere el aspecto de una nueva forma de erudición personal e instranferible. Rayuela sale íntegra del mito de Nadja. Las primeras líneas son un homenaje explícito. En ella, Najda y la Maga desarticulan todo lo que queda de burgués en Bretón y en Cortázar, respectivamente... «era clase media, era porteño, era colegio nacional y esas cosas no se arreglan así nomás».

La mujer-adolescente actúa como guía-revelación. Oliveira yerra el camino cuando intenta utilizar la lógica y la dialéctica y la Maga le deja entrever que la vida ha de ser vivida desde la intuición y no desde las leyes racionales Entre Oliveira y Morelli, Cortázar nos muestra un camino donde es necesario destruirlo todo para crear algo distinto. La destrucción de Monelle,
Para destruir el lenguaje la Maga inventa el gíglico, «Apenas él le amelaba el noema, a ella se le agoplaba el clésimo y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes». Un lenguaje como el de Burgess en La naranja mecánica, un incendio del lenguaje, el fin de las formas coaguladas. No el incendio de las palabras en sí mismas, sino de la estructura total de la lengua.Horacio deambula por París, como si en ello se le fuera la vida, una batalla con el fragor de la juventud.

Bretón camina una libertad más o menos larga como la maravillosa continuación de pasos que le están permitidos al hombre desencadenado. Oliveira es llevado del brazo y el pasado se invierte, y la piedad no está liquidando y la mujer jugadora de la rayuela le tiene lástima. La Maga lo sabe. Se nota en su naturalidad, en su forma de caminar en el deseo que empieza y deja de existir, en la coraza.Como sostiene Yurkievich, «el demonio surrealista inspira esta maquinación donde el azar objetivo concierta, en un plano extraordinario, sus misteriosas conjunciones».

En Rayuela, el Capítulo 23 es la imagen especular del 24, que es, a su vez el paradigma del surrealismo.Las apariciones de Nadja y de la Maga, son fortuitas. Aparecen en escena de repente, saliendo de un bar o caminando a diez pasos de distancia. Una viste ropa pobre y la otra tiene los zapatos rotos. Las leyes fracasan porque la revelación no llegará por medio del trabajo y la Maga siempre se mete en líos por causa del fracaso de las leyes en su vida.

Esta postura nos habla de matar a las brújulas orientadoras para alcanzar la suficiencia de las almas errantes. Nadja llega a París después de abandonar Lille. La Maga deja Montevideo y viaja en tercera clase. Nadja exige «es necesario que algo quede de nosotros», que sea un poco el nombre del fuego, porque el fuego siempre retorna.

Cortázar inscribe a la Maga y se convierte en testigo de esos cuadros que está tan cerca y tan lejos al mismo tiempo.Hay un asombro de verlos juntos, a estos que no se entendieron nunca. La Maga ve «lo distintos que somos». Los libros, la locura, la idiotez que dispone y predispone a la liberación del pensar, lejos de la lucidez de gabinete. Donde no puede haber gran diferencia entre el interior de un manicomio y el exterior. Porque, como dice Hegel en Nadja, «cada cual quiere y cree ser mejor que este mundo que es el suyo, pero aquel que es mejor no hace más que expresar mejor que otros este mismo mundo».

Horacio está condenado a ser absuelto por la Maga porque en ella solo hay ríos metafísicos en esos ojos donde no puede entrar y los ojos de Nadja llevan la tristeza oscura y luminosa a la vez, por no tener miedo ni estar segura. Ella es «el pensamiento que flota en el baño en el cuarto sin espejos».«En cada acto hay la admisión de una carencia». Para Nadja «la partida de un puerto a donde es tan raro y temerario querer llegar, se efectúa con desprecio de todo lo que se convenido invocar en el momento en que uno se hunde, a expensas de las falsas e irresistibles compensaciones de la vida».Oliveira se da cuenta de que la Maga «se asoma a cada rato a esas grandes terrazas sin tiempo que todos ellos buscaban dialécticamente» y Bretón lo traduce diciendo «mientras escuchaba sus palabras, sentía que nada le impediría llegar hasta la estrella».

La libertad del alma errante y el espejo terrible de la palma de la mano hablando del sufrimiento de siempre donde la vida urde lo necesario. Ellos cuatro andan para encontrarse. Nadja es como un tren que tironea sin partir, sacudido por cosas sin importancia. La Maga es todo desorden que se justifica porque sale de sí mismo.El orden del poeta se llama antimateria y ellas caminan con la cabeza levantada y apenas rozan el suelo con los pies. Lo que cuenta, entonces, es la actitud poética en el novelista, sin que nada lo separe del satori. Cortázar escribió para vivir, en un mensaje auténtico y hondo, para «transmitirle al lector como se transmiten las cosas fundamentales: de sangre a sangre, de mano a mano, de hombre a hombre» y «la belleza será convulsiva o no será».

Retornamos al collage para dar cuenta de la multiplicidad de lo real como el lugar de encrucijadas y tensiones, provocando migraciones simbólicas, generando estallidos. Se evidencia en Rayuela la verdad íntima de todo lenguaje, comprometiéndose con las partes desavenidas. Yurkievich la define como una obra de arte verbal, que descompone lo narrativo y lo lleva hacia su otredad. La lengua se desviste y queda redimida desplazándose hacia un lugar que la convencionalidad no puede aprehender ni formular, para llegar a ese orden más esencial que pertenece al pensar y al poetizar.Porque la pena se llama pena y el amor se llama amor. Y cada vez se irá sintiendo menos y recordando más, porque: «qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos, un diccionario de caras y días y perfumes que vuelven como los verbos y los adjetivos en ese discurso». Porque «la verdadera otredad está hecha de delicados contactos, de maravillosos ajustes con el mundo… y a la mano tendida debe responder otra mano desde el afuera, desde lo otro» y la disculpa final es «dadora de infinito, yo no sé tomar, perdóname».
pequeña prostituta bíblica. Habla desde la infancia, desde «el despertar con los restos de un paraíso entrevisto en sueños». El poder de la cábala, el amarillo, y las palabras entre tantas «nomenclaturas para un mismo desconcierto. A veces me convenzo -dice Oliveira-, de que la estupidez se llama triángulo, de que ocho por ocho es la locura o un perro». La Maga nada los ríos metafísicos que Horacio mira desde el puente. Esta mujer es el puente entre las realidades interna y externa.

Podemos trazar una analogía entre ambas historias. Los elementos se repiten y reaseguran la existencia surrealista desde un postulado en común: el espacio, las mujeres, los hombres, los artistas, la patafísica y este Maldoror en liquidación.

Julio Cortázar: "La inmiscusión terrupta"



En 1969, se publicó la obra de Julio Cortázar titulada Último Round. En ella está incluido el cuento La inmiscusión terrupta, escrito en gíglico, un lenguaje inventado por él. Muy recomendable para pensar qué decimos, qué queremos decir, cómo lo hacemos, qué inventamos al decir, si significa algo lo que decimos, qué nos comunica y nos incomunica de nuestro lenguaje, del de nuestros alumnos, qué límites tiene nuestro lenguaje, cuántas formas hay de decir lo mismo, cuánto puede significar una sola cosa, qué podemos crear, imaginar, sugerir, deshacer y hacer con las palabras, en la educación y en la vida en general. Y muchas otras cosas…

La inmiscusión terrupta

http://www.youtube.com/watch?v=FosGg8TYsuU (click para ver el corto)

Como no le melga nada que la contradigan, la señora Fifa se acerca a la Tota y ahí nomás le flamenca la cara de un rotundo mofo. Pero la Tota no es inane y de vuelta le arremulga tal acario en pleno tripolio que se lo ladea hasta el copo.

– ¡Asquerosa! – brama la señora Fifa, tratando de sonsonarse el ayelmado tripolio que ademenos es de satén rosa. Revoleando una mazoca más bien prolapsa, contracarga a la crimea y consigue marivorearle un suño a la Tota que se desporrona en diagonía y por un momento horadra el raire con sus abrocojantes bocinomias. Por segunda vez se le arrumba un mofo sin merma a flamencarle las mecochas, pero nadie le ha desmunido el encuadre a la Tota sin tener que alanchufarse su contragofia, y así pasa que la señora Fifa contrae una plica de miercolamas a media resma y cuatro peticuras de esas que no te dan tiempo al vocifugio, y en eso están arremulgandose de ida y de vuelta cuando se ve precivenir al doctor Feta que se inmoluye inclótumo entre las gladiofantas.

– ¡Payahás, payahás! – crona el elegantiorum, sujetirando de las desmecrenzas empebufantes. No ha terminado de halar cuando ya le están manocrujiendo el fano, las colotas, el rijo enjuto y las nalcunias, mofo que arriba y suño al medio y dos miercolanas que para qué.

– ¿Te das cuenta? – sinterrunge la señora Fifa.

– ¡El muy cornaputo! – vociflama la Tota.

Y ahí nomás se recompalmean y fraternulian como si no se hubieran estado polichantando más de cuatro cafotos en plena tetamancia; son así las tofitas y las fitotas, mejor es no terruptarlas porque te desmunen el persiglotio y se quedan tan plopas.

Escribir...

A los que de toda la vida nos obsesiona la literatura, el idioma, la lengua, la lectura y la escritura, nos apasiona observar, escudriñar, sonsacar, extraer, recopilar todo aquello que nos sirva para nuestro enriquecimiento personal y para nuestro crecimiento profesional.

De un tiempo a esta parte, estoy muy preocupada por el estilo, las formas y el comportamiento de aquellos que no tienen el menor cuidado a la hora de expresarse. Ciertamente me produce escarnio escuchar ciertos términos, determinadas frases y horrorosas expresiones que no sólo dañan mis oídos sino que se almacenan en mi cerebro durante un tiempo y ello hace que me sienta inquieta, nerviosa, enojada y en algunos casos o situaciones, apesadumbrada.

Escuchar la radio, ver la televisión, leer la prensa, oir a la gente expresarse son cuestiones que nos deberían ocupar más de lo que se hace. Desgraciadamente, a la mayoría de las personas les da los mismo que igual les da. Pero a mí no. Y me consta que a otros muchos, tampoco.

Si nos ceñimos a la literatura, a los libros, a los autores, el asunto se torna más complicado, más aberrante, más atroz. Estamos en manos de las grandes editoriales que  nos meten a más de un engendro que no hay por donde cogerlo. Las listas de libros más vendidos son tendenciosas y casi siempre manipuladas.

Dicho esto, me refugiaré en un estupendo artículo de Gabriel García Márquez, que en 1982, realizó sobre el oficio de escribir y sobre ser escritor dice, entre otras cuestiones:



" Me preguntan con frecuencia qué es lo que me hace más falta en la vida, y siempre contesto la verdad: Un escritor. El chiste no es tan bobo como parece. Si alguna vez me encontrara con el compromiso ineludible de escribir un cuento de quince cuartillas para esta noche, acudiría a mis incontables notas atrasadas y estoy seguro de que llegaría a tiempo a la imprenta. Tal vez sería un cuento muy malo, pero el compromiso quedaría cumplido, que al fin y al cabo es lo único que he querido decir con este ejemplo de pesadilla. En cambio, no sería capaz de escribir un telegrama de felicitación ni una carta de pésame sin reventarme el hígado durante una semana. Para estos deberes indeseables, como para tantos otros de la vida social, la mayoría de los escritores que conozco quisieron apelar a los buenos oficios de otros escritores.Una buena prueba del sentido casi bárbaro del honor profesional lo es sin duda la nota que escribía todas las semanas....Esta servidumbre me la impuse porque sentía que entre una novela y otra me quedaba mucho tiempo sin escribir, y poco a poco como los peloteros iba perdiendo la calentura del brazo. Más tarde, esa decisión artesanal se convirtió en un compromiso con los lectores, y hoy es un laberinto de espejos del cual no consigo salir.La primera vez que lo decidí fue cuando traté de escribir la primera, después de más de veinte años de no hacerlo, y necesité una semana de galeote para terminarla. La segunda vez fue hace más de un año, cuando pasaba unos días de descanso con el general Omar Torrijos en la base militar de Farallón, y estaba el día tan diáfano y tan pacífico el océano que daban más ganas de navegar que de escribir. "Le mando un telegrama al director diciendo que hoy no hay nota, y ya está", pensé, con un suspiro de alivio. Pero no pude almorzar por el peso de la mala conciencia y, a las seis de la tarde me encerré en el cuarto, escribí en una hora y media lo primero que se me ocurrió y le entregué la nota a un edecán del general Torrijos para que la enviara por telex a Bogotá, con el ruego de que la mandaran desde allí a Madrid y a México. Solo al día siguiente supe que el general Torrijos había tenido que ordenar el envío en un avión militar desde el aeropuerto de Panamá, y desde allí, en helicóptero, al palacio presidencial, desde donde me hicieron el favor de distribuir el texto por algún canal oficial.

ESCRIBO LA NOVELA TODOS LOS DIAS
La última vez, hace ahora seis meses, cuando descubrí al despertar que ya tenía madura en el corazón la novela de amor que tanto había anhelado escribir desde hacía tantos años, y que no tenía otra alternativa que no escribirla nunca o sumergirme en ella de inmediato y de tiempo completo. Sin embargo, a la hora de la verdad, no tuve suficientes riñones para renunciar a mi cautiverio semanal, y por primera vez estoy haciendo algo que siempre me pareció imposible: escribo la novela todos los días, letra por letra, con la misma paciencia, y ojalá que con la misma suerte con que me picotean las gallinas en los patios, y oyendo cada día más cerca los pasos temibles de animal grande del próximo viernes. Pero aquí estamos otra vez, como siempre, y ojalá para siempre.Ya sospechaba yo que no escaparía jamás de esta jaula desde la tarde en que empecé a escribir esta nota en mi casa de Bogotá y la terminé al día siguiente bajo la protección diplomática de la embajada de México; lo seguí sospechando en la oficina de Telégrafos de la isla de Creta, un viernes del pasado julio, cuando logré entenderme con el empleado de turno para que transmitiera el texto en castellano. Lo seguí sospechando en Montreal, cuando tuve que comprar una máquina de escribir de emergencia porque el voltaje de la mía no era el mismo del hotel. Acabé de sospecharlo para siempre hace apenas dos meses, en Cuba, cuando tuve que cambiar dos veces las máquinas de escribir porque se negaban a entenderse conmigo. Por último, me llevaron una electrónica de costumbres tan avanzadas que terminé escribiendo de mi puño y letra y en un cuaderno de hojas cuadriculadas, como en los tiempos remotos y felices de la escuela primaria de Aracataca. Cada vez que me ocurría uno de estos percances apelaba con más ansiedad a mis deseos de tener alguien que se hiciera cargo de mi buena suerte: un escritor
Con todo, nunca he sentido esa necesidad de un modo tan intenso como un día de hace muchos años en que llegué a la casa de Luis Alcoriza, en México, para trabajar con él en el guión de una película.Lo encontré consternado a las diez de la mañana, porque su cocinera le había pedido el favor de escribirle una carta para el director de la Seguridad social. Alcoriza, que es un escritor excelente, con una práctica cotidiana de cajero de banco, que había sido el escritor más inteligente de los primeros guiones para Luis Buñuel y, más tarde, para sus propias películas, había pensado que la carta sería un asunto de media hora. Pero lo encontré loco de furia, en medio de un montón de papeles rotos, en los cuales no había mucho más que todas las variaciones concebibles de una fórmula inicial: por medio de la presente, tengo el gusto de dirigirme a usted para... Traté de ayudarlo, y tres horas después seguíamos haciendo borradores y rompiendo el papel, ya medio borrachos de ginebra con vermouth y atiborrados de chorizos españoles, pero sin haber podido ir más allá de las primeras letras convencionales. Nunca olvidaré la cara de misericordia de la buena cocinera cuando volvió por su carta a las tres de la tarde y le dijimos sin pudor que no habíamos podido escribirla. "Pero si es muy fácil,, nos dijo, con toda su humildad. Y entonces empezó a improvisar la carta con tanta precisión y tanto dominio que Luis Alcoriza se vio en apuros para copiarla en la máquina con la misma fluidez con que ella dictaba. Aquel día como todavía hoy me quedé pensando que tal vez aquella mujer, que envejecía sin gloria en el limbo de la cocina, era el escritor secreto que me hacía falta en la vida para ser un hombre feliz "
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Reflexionemos sobre lo que nos dice Gabriel y saquemos nuestras propias conclusiones pero, por favor, cuidemos el idioma, la escritura, la lectura, las formas de comportamiento social, y seremos más auténticos y más libres.

domingo, 27 de marzo de 2011

William Sydney Porter (O´Henry): LOS REGALOS PERFECTOS


(William Sidney Porter; Greensboro, 1862 - Nueva York, 1910) Narrador estadounidense, muy popular por sus relatos humorísticos y de finales sorprendentes, al que junto a E. A. Poe, B. Harte y M. Twain se considera fundador de la proverbial short story norteamericana.

Dejó la escuela a los quince años, y durante un lustro trabajó en la droguería de un tío suyo. En 1882 marchó a Texas, vivió durante dos años en un rancho, aprendió un poco de francés, alemán y español, y comenzó a escribir. En Austin (Texas) trabajó sucesivamente como empleado, contable, dibujante y cajero de banco de 1885 a 1894; se casó e inició su colaboración, con bocetos narrativos, en la Free Press de Detroit.

En 1895 se trasladó a Houston (Texas), donde firmaba un artículo diario en el Daily Post. En 1896 recibió una citación para presentarse ante un tribunal por el hurto de una pequeña suma de un banco de Austin en el que había estado empleado. Con toda seguridad, hubiera sido absuelto fácilmente de la acusación (por estar el banco muy mal administrado) si hubiere regresado a Austin; pero, presa de pánico, huyó a Honduras, donde permaneció hasta que en 1898 se enteró de que su mujer había enfermado; volvió y fue condenado a cinco años de prisión en la penitenciaría federal de Columbus (Ohio), condena reducida después a tres años y tres meses por su buena conducta.

Mientras se encontraba en la cárcel publicó algunos relatos con seudónimo y, una vez libertado, se trasladó a Nueva York en 1902, donde escribió numerosos relatos breves inspirados en sus experiencias por la gran ciudad. En diciembre de 1903, el New York World le encargó que escribiera un relato semanal para su edición dominical. A partir de 1904 se hicieron famosos sus cuentos y se publicaron en uno o dos volúmenes anualmente hasta su muerte; otros cuatro volúmenes aparecieron póstumos.

Utilizó innumerables seudónimos hasta encontrar en 1899 el que sería su definitivo nombre literario. Escribió cientos de cuentos breves, inaugurando un estilo de relato rápido y por lo general fundamentado de principio a fin en la escena final o, más exactamente, en la frase final, donde se revela de golpe toda la historia ante el asombro del lector. El francés G. de Maupassant le influyó en el tono neutro que solía utilizar como narrador objetivo de la historia. C. Pavese, que lo consideraba uno de los padres fundadores de la literatura norteamericana, dijo de él: "Terminaba sus oraciones como antes nadie lo había hecho, a excepción de Rabelais".

The Four Million (1906) es sin duda uno de sus mejores libros de cuentos: en él describe a la gente común y corriente de Nueva York a través de la ironía, la burla y el realismo que lo hizo famoso, además del afortunado uso del lenguaje popular, rasgo poco visible en las traducciones. Sin embargo, gracias al poder de sus argumentos, muchos de sus cuentos ya son antológicos, tanto en la literatura de su país como en la mundial: El cuarto amueblado, Veinte años después, El regalo de los reyes magos, El rescate, Desde el pescante del cochero, Cómo nació un neoyorquino y otros muchos.

Algunos de sus libros más populares fueron The Voice of the City (1908), Strictly Business (1910), Whirligigs (1910), Rolling Stones (1912) y Waifs and Strays (1917). Una parte de la crítica le ha reprochado el uso indiscriminado del final sorpresivo; pero la mayoría, por el contrario, reconoce este rasgo como su invención fundamental.

Los regalos perfectos

Es sabido que el final de un relato es tan fundamental como el inicio. Los escritores de relatos, que son como corredores de cien metros, aceleran al principio y en la conclusión. Se trata de manosear las terminaciones nerviosas del lector con economía de tiempo. Muchos se han centrado en las últimas líneas para sembrar desconciertos. O'Henry fue un cultivador de esta técnica ('trick story' la llaman).

En América O'Henry (seudónimo de William Sidney Porter) es un "imprescindible". Nueva York, a principios de siglo XX (léase 'La edad de la inocencia', o véase la adaptación al cine). Esa ciudad con accesos de luciérnaga acogía barcos cargados de generaciones y generaciones de inmigrantes, y las imprentas de los periódicos eran como un tren que humea y silba.

Como Twain o Poe, O'Henry adquiriría fama junto a esos artefactos de actualidad, su firma lucía en los quioscos. Sus cuentos ('Esto no es un cuento', por ejemplo) dulcificaron la rutina de oficinistas, lecheros, carteros y amas de casa.

Son historietas de vocación ecuménica, universal. Hay dramas chico y chica, y algo de misterio. El protagonista, por poner un ejemplo, se topa con un mendigo (epígono de lo underground) y éste le cuenta una historia. Después, el final añade a lo anterior una apariencia de paradoja o de engañifa, de inocentada. 'Elevado pragmatismo' y 'El hombre a la espera' tienen de ambas cosas.

Escritor empático

Hay mucha amable empatía hacia sus contemporáneos. Abunda O'Henry en los lugares comunes, en lo local de Nueva York, cuando todavía era local y no escaparate y rumoroso cronómetro del mundo. Él va a lo doméstico. En verano la urbe es un "horno de pan descomunal" y un hombre "engalanado como una orquídea de invernadero" tiene un lío amoroso aún candente bajo el sombrero. Lo pernicioso y el enredo acechan, a veces hasta impera la aventura.

También hay cuentos sobre el Sur, el aristocrático, traumático y pretérito Sur (algo exótico para esa pira del progreso que era y es Nueva York). 'Los dos Carteret', 'The rose of Dixie', ejemplifican esta temática del señorito, socorrida en ese tipo de publicaciones como lo eran los lords en Inglaterra.

Los productos populares se nutren en gran medida de la clase pudiente, como una asombrosa ventana al despilfarro o a la honorabilidad. 30 años después, con la Depresión, el nuevo invento de masas, el cine, se llenaría de enredos de ricos y burbujas de champán del caro, que descansan de Nueva York en su chalecito de Connecticut (lo que se llama 'screwball comedy').

O'Henry luce ingenio pero conservando el estilo directo, la primera persona, la brevedad como una columna de ficción. También hay quien pueda pensar que se trata de una literatura un tanto envejecida o pacata. "Imprescindible" o no, se puede ver estas obritas como un hallazgo de las letras adosado al periodismo (que ya había sido vehículo de narrativas a lo largo del XIX).

O'Henry, seudónimo de un hombre triste florecido en el auge pasado de las tiradas montañosas de diarios vespertinos, matutinos y semanarios, recién sacados de la imprenta, calientes como el pan.


Francis Bret Harte: "LOS EXPULSADOS DE POKER-FLAT"

 
 
Francis Bret Harte (25 de agosto de 1836–6 de mayo de 1902) fue un escritor estadounidense, famoso como poeta y sobre todo por sus crónicas y relatos sobre la vida del pionero en California, perteneciente al Realismo.

Harte nació en Nueva York y perdió a su padre siendo aún muy joven, por lo que tuvo que ponerse a trabajar a los quince años; se mudó a California con su madre en 1853, trabajando como mensajero, minero, tipógrafo, maestro de escuela, periodista y, por último, diplomático y embajador, lo que le permitió vivir sus últimos días en Gran Bretaña y disfrutar de la amistad de Charles Dickens; murió en Surrey a los sesenta y tres años.

Con fama de borrachín, bohemio, sablista y mal pagador, sus primeros trabajos literarios aparecieron en la revista The Californian. Dirigió el Overland Monthly. Se hizo famoso con un poemario, The lost Galleor, hoy olvidado, pero su fama perdura a través de sus cuentos en prosa, en los cuales forjó, parodiando el estilo y la visión del mundo solemne y mendaz de James Fenimore Cooper, la iconografía del "Lejano Oeste" o Far West y del Destino manifiesto: el ganadero, las diligencias, los bandidos, los pueblos mineros, los saloones atestados, los tahúres, los ganaderos y vaqueros, los sheriffs, las chicas, los pioneros, los indios... El relato del Far West haría luego fortuna en el cine y su estilo irónico e impresionista prefiguró la prosa americana posterior. Puede inscribirse en un cierto Realismo costumbrista con ciertas de dosis de Romanticismo.

En 1853, con 18 años, Francis Bret Harte, que había nacido en Nueva York, se instala en California. La sociedad convulsionada de las ciudades, con sus tecnologías incipientes, convivía en esa época del siglo con las vastas regiones rurales que albergaban a pioneros afiebrados por la búsqueda del oro. Publicando crónicas sobre la vida de estos mineros en The Californian, Bret Harte inicia y moldea una carrera literaria que lo propondrá como uno de los precursores del cuento corto, el short-story. Muchos escritores, sin embargo, acusaron a Harte de no haber sido minero de tiempo completo; Chesterton, incluso, niega que “en la labor de Harte haya algo típicamente americano.” “Bernardo De Voto (…)”, señala Borges, “ha escrito que Bret Harte era un impostor literario.” Vale decir, se le achaca cierta infidelidad a sus retratos de la vida del oeste, un falseamiento de la verosimilitud o, lo que es lo mismo, una disposición engañosa para lo que comúnmente se concibe como color local. No hace falta aclarar que estas acusaciones son absurdas, equivalen a inculpar a Kafka por no haber sido mono cuando narró Informe para una academia o a Heinrich Böll por no haber sido payaso. Por otro lado, Borges zanja el dilema: si Harte hubiera sido minero, afirma, no habría sido escritor. Entonces bien, la categoría de color local –que supone que la obra es taimadamente vista como “un otro”- se inutiliza si implica una prosa atestada de vestidos y paisajes tradicionales, de giros autóctonos, o de regionalismos. Ya lo sabían Graham Greene y Malcolm Lowry, por ejemplo, cuando hablaron de México. Salvando las distancias, Joyce tuvo que irse de Irlanda para contar limpiamente Dublín. Y fue el mismo Lowry el que respondió, en una carta a Jonathan Cape, ante la acusación de “color local a paladas”: “todo lo que hay allí”, dijo, “tiene su razón de existir.” Esta última frase define la narrativa de Harte.

Hasta sus 35 años, Bret Harte, precursor de Mark Twain y de O. Henry, escribe sus mejores cuentos cortos. Género que Europa no desarrolla, y que el autor estadounidense perfecciona a fuerza de humor, ironía y una ternura tan permanente como solapada. Prueba de su lírica es que su apellido suele ser menos recordado que las metamorfosis de la mina en La suerte de Roaring Camp (1868) o los versos homéricos evocados en Los exiliados de Poker Flat. Si la imagen de la fiebre pionera es lícita, en 1870, alcanza su pico y desciende de temperatura bruscamente: desde entonces, la obra de Harte no hace más que copiarse o plagiarse a sí misma. Ni sus poemas ni sus novelas posteriores poseen la envergadura de las historias mencionadas. A partir de 1878, Harte reside en Alemania. Pasa los últimos 24 años de su vida en Europa, y muere en Londres, en 1902.

Harte hacía confluir el retrato pintoresco —trazado con crudo y vigoroso realismo— de un mundo nuevo, que se construye prescindiendo de buena parte de las convenciones sociales heredadas del viejo con la creación de unos personajes casi arquetípicos a los que se ha exacerbado el aspecto emocional hasta el límite de lo melodramático. Harte sabe además poetizar el conjunto, el escenario y los personajes, disimulando el más mínimo rastro de prosaísmo. Sin olvidarse de repartir aquí y allá algunas oportunas pinceladas de humor.

Con su pluma expresaba, además, la añoranza de un mundo que ya  desaparecía, un mundo rural, rudo pero también heroico, cuya luz áurea se desvanecía bajo el naciente brillo de oropel de una sociedad urbana de aparente prosperidad y progreso, pero corrompida por el hedonismo, administrada por una clase política que mayoritariamente entendía su actividad como una profesión en la que el lucro fácil se alcanzaba de forma rápida y regida por gobiernos que en nombre de la libertad permitían que el capitalismo salvaje impusiera sus reglas de juego, las de la  ley de la selva, y que, en consecuencia, se produjera la fractura social que pocos años después había de denunciar con vehemencia otro escritor californiano: Jack London.

El impacto de estas narraciones primerizas de Bret Harte en sus lectores fue pues tan intenso que en 1871 —siguiendo emigración a la inversa de otros escritores triunfantes y renunciando a la docencia universitaria— Francis Bret Harte volvería hacia el Este requerido por los editores de la prestigiosa revista The Atlantic Monthly, quienes le convirtieron en el escritor mejor pagado de su tiempo. Y, sin embargo, su éxito sería efímero, pues ninguna de sus obras posteriores —ni siquiera aquellas en que, veinticinco años después, imitaría sus propias creaciones de juventud— obtuvo la acogida esperada. El público lector dirigió entonces toda su atención hacia Mark Twain, el prolífico y brillante escritor al que Harte había apadrinado en sus inicios literarios.

Pero la fama de aquellos relatos iniciales, sus bocetos californianos, seguía extendiéndose y traspasando rápidamente fronteras. Ya en 1872, en Francia, aparece una traducción del cuento «Mliss» en la Revue des Deux Mondes y un año después se edita el libro Récits californiens que reúne veintidós de sus narraciones. Entre 1874 y 1880 se publicaron Alemania las traducciones de una colección de cuentos, Die Argonauten-Geschichten y una novela, Gabriel Conroy, así como varias ediciones en inglés de novelas, cuentos y poemas de su autoría.

En la temprana fecha de 1879, Lo Diari Català de Barcelona publica la traducción al catalán de tres de sus relatos breves, «La sort del camp bramador», «Idili en la Vall Roja» i «Mliss», el primero en su sección literaria y los otros dos recogidos en un folletín editado por pliegos bajo el título genérico de Literatura Nort-americana: noveletas escullides, que incluye además dos cuentos y una glosa de Edgar A. Poe. Unos años más tarde se publican catorce cuentos traducidos al castellano reunidos en un libro, Bocetos californianos (Barcelona, 1883) y aún se presentaría una nueva traducción al catalán del segundo de los cuentos citados, «L’idil·li de Red-Gulch», en la compilación Contes extrangers (Barcelona, 1909).

Huyendo de la depresión y las dificultades económicas, Harte se instaló en Europa, donde ejercería labores consulares en Prusia y el Reino Unido. En el viejo continente —donde residió ininterrumpidamente desde 1878 hasta el día de su muerte, el 5 de mayo de 1902— gozaría de un reconocimiento que ya había perdido definitivamente en su patria.

Alrededor de su obra florecieron estériles controversias sobre si su conocimiento de la vida rural californiana se debía a experiencias propias o no, sobre su deuda con respecto a Washington Irving y Charles Dickens o referentes a su influencia sobre Mark Twain. Controversias estériles y olvidadas. El valor intrínseco de sus bocetos californianos —que es a fin de cuentas lo que debe importarnos— lo avalan las opiniones de lectores tales como el mismo Dickens, Chesterton y Borges.

Los desterrados de Poker Flat

Dicho relato narra los últimos días del tahúr John Oakhurst, expulsado del poblado minero de Poker Flat a causa de su condición de jugador de ventaja (y tras haber desplumado a más de un incauto ciudadano), en compañía de dos prostitutas, la joven llamada la “Duquesa” y la ya caduca Mama Shipton, y un ladrón de canales y borracho empedernido conocido como Tío Billy. Emprenden viaje a uña de caballería para cruzar una agreste sierra en dirección a Sandy Bar, otro poblado minero que aún no ha experimentado el arrebato moralizante de Poker Flat, en pleno invierno. Los viajeros encuentran en el camino al joven Tom Simpson, que sigue la ruta inversa, huyendo de Sandy Bar con su enamorada Piney Woods, casi una niña. Han de hacer noche en lo alto de la sierra, y al amanecer del día siguiente Oakhurst descubre que el pérfido Tío Billy se ha fugado robando los caballos y mulas en que se desplazaban. El jugador analiza fríamente la situación: su única posibilidad de salvación reside en enviar al joven Simpson en busca de ayuda a Poker Flat, mientras las “damas” permanecen en la cabaña donde se han refugiado racionando los pocos alimentos que tienen en su poder. Para posibilitar la salvación de las tres mujeres, Oakhurst sacrificará su propia vida con un estoicismo conmovedor, asumiendo con elegancia que ha pillado una “mala racha” y no hay más remedio que “entregar las fichas”.
 



Los desterrados de Poker Flat es un relato formidable, a la altura del mismísimo Bola de sebo, y Francis Bret Harte un escritor magnífico, al que las modas absurdas han condenado al olvido. En España su obra fue publicada en la colección Austral en 1950, es decir, hace casi sesenta años, descatalogada y postergada. Yo le descubrí en una edición de la magnífica colección de bolsillo de la editorial Magisterio, y cuando supe que su obra estaba traducida en la colección Austral promoví su relanzamiento en otra colección –lamentablemente ya desaparecida– de la editorial Espasa Calpe: Espasa Relecturas. Nuevamente fue ignorado por la crítica y el público, pero yo me siento orgulloso de ese intento de rescatar a un autor digno de ser apreciado y disfrutado por los buenos lectores.

sábado, 26 de marzo de 2011

JACINTO BENAVENTE: "LA MALQUERIDA" Y "LOS INTERESES CREADOS"


LA MALQUERIDA (1913)

Personajes:
Raimunda
Esteban
Acacia
Faustino
El tío Eusebio, padre de Faustino
El Rubio, criado de Esteban
 
ACTO PRIMERO:

Empieza con el final de la celebración de compromiso de Acacia y Faustino.  Las mujeres hablan de Norberto, primo de Acacia, antiguo novio, el cual le había sido infiel, provocando el fine de su relación.  También hablan de los celos que tiene Acacia hacia Esteban, su padrastro.  Acacia le muestra a su amiga, Milagros, las joyas que le ha regalado Esteban.  Dice que Raimunda quiere que Acacia llame “Padre” a Esteban.  Esteban sale a acompañar al tío Eusebio y a Faustino, cuando regresa con la noticia que alguien ha asesinado a Faustino por el camino.  En el pueblo se sospecha que ha sido Norberto, por celos.
 
ACTO SEGUNDO:

El pueblo está dividido entre quienes culpan a Norberto y quienes lo creen inocente.  El Rubio empieza a hablar demasiado sobre el asesinato y las reacciones de la familia en el pueblo.  Llega el tío Eusebio y dice que él y sus hijos vienen a vengar a Faustino porque las autoridades no lo han hecho.  Raimunda le pide que sea objetivo y le explica las razones por las cuales no pudo haber sido Norberto.  Eusebio dice que pudo haberle pagado a alguien para hacerlo y se va sin convencerse.  Norberto va a ver a Raimunda y le cuanta que él había dejado a  Acacia por otra mujer porque alguien lo había amenazado.  Norberto le cuenta a Raimunda sobre la copla de La Malquerida que cantan en el pueblo, que alude a su hija y a su marido.  Raimunda le pide explicaciones a Acacia y ésta le cuenta sobre los avances que había hecho Esteban.  Acacia le dice a su madre que no se lo había contado por miedo a que no le hubiese creído.  Raimunda manda a llamar a Esteban y lo culpa por desear a su hija y por el asesinato de Fautino.
 
ACTO TERCERO:

Norberto ha sido herido en la casa de Raimunda, pero no de muerte.  Viene la familia de Eusebio en busca de él, pero Raimunda lo oculta.  Acacia quiere que todo se sepa, pero Juliana busca salvaguardar la honra de la familia.  Acacia dice que odia a su madre por culpa de Esteban, y Juliana le advierte que el odio que ella siente por Esteban puede interpretarse como amor.  Esteban ha tratado de huir, pero el Rubio le ha persuadido regresar a casa.  El Rubio tiene poder sobre Esteban porque Esteban lo había mandado a asesinar a Faustino. En el momento en que hablan, entra Raimunda y culpa al Rubio de asesino y a Esteban por estar subyugado a su propio criado.  Esteban le confiesa s locura por Acacia y Raimunda propone cubrirlo todo y enviar a Acacia lejos del pueblo para poder vivir en paz juntos.  Acacia se enfrenta a ellos después de escuchar la conversación.  Esteban ofrece entregarse a la justicia, pero Raimunda se opone. Acacia revela que ella también esta locamente enamorada de Esteban.  Raimunda se enfurece y llama a voces a las autoridades, impidiendo la salida de Esteban, quien la hiere con su escopeta.  Lo entregan vivo a la justicia y se reconcilian madre e hija.

INFORMACIÓN SOBRE LA PELÍCULA DE "LA MALQUERIDA"

La Malquerida es una película mexicana de 1949, adaptación de la obra homónima del dramaturgo español Jacinto Benavente y fue adaptada para cine película mexicana de 1949. Fue dirigida por Emilio Fernández y protagonizada por Dolores del Río y Pedro Armendáriz.


LOS INTERESES CREADOS (1907)

Razón del Nombre

La razón por la cual esta obra fue nombrada Los intereses Creados fue porque en su contenido Leandro y Crispín a través de sus mentiras y engaños fueron creando sus intereses, puesto que ellos eran dos pícaros que no tenían nada de dinero y habían tramado un plan para hacerse ricos, lo cual consiguen al final del trama.

Personajes Principales
Leandro
Crispín
Silvia
Polichinela
Doña Sirena
Arlequín
El Capitán

Personajes Secundarios

 
Laura
Risela
El Doctor
El Secretario
El Hostelero
Pantalón
Colombina
La señora de Polichinela
Mozo 1
Mozo 2
Alguacil 1
Alguacil 2

 

Ambiente Geográfico

La acción pasa en un pueblo imaginario, creado por Benavente, a principios del Siglo XVII.

Ambiente Social

La obra se desarrolla en un ambiente en el cual una persona vale por su dinero, los ricos en las grandes fiestas mientras que los pobres tienen que luchar por sobrevivir.

Idea Central

Dos picaros llegan a una ciudad donde uno de ellos, Crispín, con sólo su facundia, impone el crédito de Leandro como persona rica, generosa y culta, con la idea de preparar un golpe que consiste en que Leandro enamore a la hija de Polichinela, el hombre más rico de la ciudad, y se case con ella. La realidad se impone y Leandro se enamora de la joven y ésta de él.
Polichinela reconoce a Crispín, se da cuenta de lo que trama, pero no puede escaparse de las redes que éste le ha tendido. Al final le atrapan con la ayuda de todos los acreedores quienes, convencidos por Crispín, ven en la boda de los dos jóvenes la única solución para recuperar su dinero. Hasta la Justicia se verá remunerada por esta solución pragmática, aunque fraudulenta, propuesta por Crispín. La solución, que es inmoral, es aceptada por todos y tolerada por el público ya que Polichinela, cuya conducta anterior ha sido ruin, se hace merecedor de este castigo. Su hija está genuinamente enamorada de Leandro, éste ha demostrado tener buenos principios, y Crispín promete retirarse de la ciudad.

Contexto Cultural

Como cualquier otra obra, Los intereses creados de Jacinto Benavente es producto de su época. Al principio del siglo XX, había muchos cambios en la economía y la cultura del mundo, y muchos de estos cambios se deben al desarrollo científico.

Análisis de Los Intereses Creados

Antes de concluir, es necesario analizar Los intereses creados específicamente. Primero es la estructura única: es un drama de marionetas que sigue muchas de las convenciones de comedia del arte. Crispín es el titiritero que dirige a los otros personajes por medio de sus intereses económicos. En la obra, se representan todas las personas y los conceptos estereotípicos de la sociedad actual. Se representan personas de la clase alta, la clase media, y la clase baja; también se representa el amor, el arte, el intelectualismo, y la vulgaridad. No obstante, a despecho de las diferencias entre estas varias clases sociales y conceptos, es posible para Crispín manipular a todo desde una perspectiva económica. La única excepción es el amor. La relación entre Leandro y Silvia, aunque empezada por motivos económicos, desarrolla y se hace más pura. El hecho de que un monólogo de Silvia, quien representa el amor, termina la obra es importante por dos razones. Primero, siendo una mujer importante dentro del contexto de la obra, Silvia es un símbolo de la mujer más poderosa de la sociedad. Más importante, el monólogo de Silvia es importante porque sugiere la naturaleza única del amor—después del término de la farsa, todavía existe el amor. Se puede interpretar que, para Benavente, o el amor es algo que transciende todo lo material o es simplemente otra fuerza que se puede manipular, aunque no queramos admitirlo. Porque el fin de la obra se puede interpretar en dos maneras, la rechaza del absoluto es destacado en la obra. En fin, Los intereses creados es muy representativo de su época cultural, y el comentario social que Benavente hace en ella es algo que indudablemente influyó a que la Academia Sueca le premiara con el Premio Nóbel.

Argumento

La obra comienza con la entrada al pueblo por parte de Leandro y Crispín los cuales ven a la ciudad como una forma de hacerse ricos pues Crispín, con sólo su facundia, impone el crédito de Leandro como persona rica, generosa y culta, con la idea de preparar un golpe que consiste en que Leandro enamore a la hija de Polichinela, el hombre más rico de la ciudad, y se case con ella.
Llegados a la ciudad y una vez elaborado el plan, Crispín decide ponerlo en marcha, iniciando en la hostelería donde encontraron al Arlequín y al Capitán los cuales discutían con el hostelero por no querer darles posada, Crispín interviene para de esa forma dos grandes aliados en su plan.
Una vez pasado el problema Leandro toma su papel de todo un caballero de la clase alta, alaba al capitán y a Arlequín. Leandro los invita a comer, todo a cuenta del hostelero, el cual invitaba por haber causado la discusión.
Sucedió que aquellos días Doña Sirena y Colombina preparaban una fiesta pero por motivos económicos no la podían llevar a cabo, pues los cantantes, los chef y el resto de las personas que iban a ayudar en la fiesta le pedían una parte del dinero por adelantado, así que, preocupadas por esto recurren a Arlequín para la música, pero se encuentran que Leandro y Crispín ya lo habían solucionado todo como parte de su plan maestro para enamorar a Silvia, hija del Señor Polichinela.
Una vez iniciada la fiesta llegan Laura y Risela, dos amigas de Doña Sirena, para preguntarle sobre el misterioso embajador y de Venecia o Francia o una persona que viene a buscar esposa para el gran turco.
En el transcurso de la fiesta llega el señor polichinela con su hija y su esposa, Polichinela reconoce a Crispín por lo tanto Crispín decide aconsejar a Polichinela para que este impida el casamiento de Silvia con Leandro, él cual se encontraba bien a gusto con Silvia, de la cual se enamoró de verdad y no falsamente como se había planeado originalmente.
Crispín con sus mentiras había puesto en contra de Polichinela a todo el pueblo, puesto que el había dicho que Polichinela había mandado a matar a Leandro y que este se encontraba mal herido, por lo que Silvia escapó para poder ver a Leandro, ella también se había enamorado perdidamente de él.
Polichinela se da cuenta de lo que trama Crispín, pero no puede escaparse de las redes que éste le ha tendido. Al final le atrapan con la ayuda de todos los acreedores quienes, convencidos por Crispín, ven en la boda de los dos jóvenes la única solución para recuperar su dinero. Hasta la Justicia se verá remunerada por esta solución pragmática, aunque fraudulenta, propuesta por Crispín. La solución, que es inmoral, es aceptada por todos y tolerada por el público ya que Polichinela, cuya conducta ha sido ruin, se hace merecedor de este castigo. Su hija está genuinamente enamorada de Leandro, éste ha demostrado tener buenos principios ya que le dijo toda la verdad de lo que había ocurrido y porque había hecho tal cosa, y Crispín promete retirarse de la ciudad. No hay, pues, víctimas, excepto la que, ya hemos visto, es merecedora de un castigo por sus crímenes anteriores. Además, todo quedará justificado por el amor y Crispín, por aquello de que "ladrón que roba a ladrón, tiene cien días de perdón.    


En este enlace pueden encontrar VIDEOS de Jacinto Benavente
http://www.google.es/#q=jacinto+benavente&hl=es&rlz=1R2_____es&tbs=vid:1&prmd=ivnomb&ei=GjYFTaHjOtiI4gbjwdTBCg&start=0&sa=N&fp=1&cad=b