lunes, 21 de junio de 2010

José Saramago: A la luz de tu sombra




El escritor portugués y Premio Nobel José Saramago ha muerto a los 87 años en su residencia de la localidad de Tías (Lanzarote). El autor de La balsa de piedra fue poeta antes que novelista de éxito y antes que poeta, pobre. Unido el periodismo a esos otros tres factores (pobreza, poesía y novela) se entenderá la fusión entre preocupación social y exigencia estética que ha marcado la obra del único Premio Nobel de la lengua portuguesa hasta hoy. En 1998, el máximo galardón literario del planeta reconoció a un hijo de campesinos sin tierra que había nacido en 1922 en Azinhaga, Ribatejo, a 100 kilómetros de Lisboa. Tenía tres años cuando su familia emigró a la capital, donde las penurias rurales se tornaron en penurias de ciudad. Así, el futuro escritor se formó en la biblioteca pública de su barrio mientras trabajaba en un taller después de abandonar la escuela para ayudar a mantener una casa en la que ya faltaba su hermano Francisco, dos años mayor que él y muerto poco después del traslado.


Las pequeñas memorias (editadas en España por Alfaguara, como el resto de su obra desde que abandonara Seix Barral) es el título que Saramago puso al relato de una infancia que siempre tuvo un pie en la aldea de la que había emigrado. Su novela Levantado del suelo (1980) cuenta las peripecias de varias generaciones de campesinos del Alentejo. No fue su primera novela pero sí la que supuso su primera consagración después de que Manual de pintura y caligrafía rompiera en 1977 un silencio de casi 30 años. Eran los que habían pasado desde la aparición de Tierra de pecado, su verdadero, aunque poco exitoso, estreno como novelista. En esas tres décadas Saramago había trabajado como administrativo, empleado de seguros y de una editorial; se había casado y divorciado de su primera esposa, publicado tres libros de poemas, ingresado en el Partido Comunista -clandestino durante la dictadura de Salazar- y, sobre todo, consagrado como periodista.

De Levantado del suelo siguió Memorial del convento, en 1982, y dos años más tarde El año de la muerte de Ricardo Reis. Centrada en la figura del heterónimo de Fernando Pessoa, el gran poeta del Portugal moderno, la novela es un intenso retrato de Lisboa de la mano de un poeta imaginario que, igual que pasó nueve meses en el vientre materno, ha de pasar un tiempo equivalente desde la muerte del hombre que lo creó antes de desaparecer definitivamente. La fama internacional le vino a Saramago precisamente con esta novela escrita con una rara intensidad poética que había sabido asimilar todas las lecciones de la narrativa moderna. En una conferencia pronunciada por esos mismos años 80 solía recordar el consejo que él mismo solía dar a los lectores que decían no entender bien sus libros por las mezclas de voces y la ausencia de marcas convencionales en los diálogos: "Léalos en voz alta". Funcionaba.

En ese tiempo, la actividad de Saramago se vuelve frenética. Una laboriosidad que le ha acompañado hasta su muerte con la escritura incansable de novelas, diarios, obras de teatro y hasta un blog . Tras la fábula iberista La balsa de piedra (1986), en la que España y Portugal se desgajan literalmente del continente europeo y se lanzan a flotar sobre el Atlántico, llegaron Historia del cerco de Lisboa (1989) y El evangelio según Jesucristo (1991). Su visión heterodoxa del mesías cristiano levantó una polémica que arreció cuando el gobierno de su país se negó a presentar el libro al Premio Literario Europeo. Herido con aquel gesto, Saramago se instaló en Lanzarote con Pilar del Río, su segunda esposa y nueva traductora. La misma polémica de tintes religiosos se reprodujo en 2009 al hilo de la publicación de una novela considerada hiriente por la jerarquía católica lusa, Caín. Meses antes, el escritor se había visto envuelto en otro rifirrafe. Esta vez en Italia: su editorial de siempre, propiedad de Silvio Berlusconi, se negó a publicar El cuaderno, un libro basado en el blog del escritor, que no ahorraba en él críticas al primer ministro italiano.

La publicación en 1995 de Ensayo sobre la ceguera, el relato de una epidema que convierte en ciegos a los habitantes de una ciudad -Fernando Meirelles la llevó al cine en 2008 con Julianne Moore como protagonista- abrió una nueva etapa en la obra de José Saramago. Novelas como La caverna, El hombre duplicado, Ensayo sobre la lucidez o Las intermitencias de la muerte llevan al terreno narrativo reflexiones sobre el consumo, la sociedad de masas, el sistema democrático o la idea de la muerte. Muchas de ellas parecen nacidas de una pregunta: "¿qué pasaría si?" Si la gente votase masivamente en blanco en unas elecciones, si alguien decidiese vivir al margen de la economía capitalista, si se encontrasen dos hombres totalmente idénticos. Otra de esas preguntas era qué pasaría si la gente dejase de morir. José Saramago sabía que había cosas que sólo suceden en la imaginación crítica de un escritor de novelas.

Audios (Cadena Ser)


La intensa historia de un escritor crítico y auténtico, por Ángeles Afuera (17-06-2010)http://www.cadenaser.com/cultura/audios/jose-saramago-intensa-historia-escritor-critico-autentico/csrcsrpor/20100618csrcsrcul_1/Aes/

El discurso que pronunció al recibir el Nobel (10-12-98)
http://www.cadenaser.com/actualidad/audios/fragmento-discurso-jose-saramago-recibir/csrcsrpor/20071227csrcsr_16/Aes/

Saramago define la novela (04-04-2004)

http://www.cadenaser.com/actualidad/audios/jose-saramago-define-novela-27-4-2004/csrcsrpor/20071227csrcsr_15/Aes/




José Saramago escribió la primera de sus 39 obras, la novela Tierra de Pecado, en 1947. Desde este poco exitoso estreno hasta el impacto de su fallecimiento en 2010, el autor portugués trabajó la poesía, los relatos, las novelas, el ensayo, las obras de teatro, un blog… Siempre con la fusión entre preocupación social y la exigencia estética marcando su trayectoria, que le valió el premio Nobel de Literatura en 1998.
 
Tierra de pecado. 1947.
En palabras del autor, citadas por Fernando Gómez Aguilera en su biografía cronológica, "es la historia de una señora viuda que tiene dos hijos en una finca que está al lado de mi aldea". Se trata de propietarios rurales, personas que realmente no conocía porque nunca frecuenté ese medio. En fin, que me lo imaginé todo". Una obra correcta pero "sedimentaria", en la órbita del Neorrealismo.
 
Poemas posibles. 1966.

Es su primer libro de poesía. Traducido al francés, español y catalán.

Probablemente alegría. 1970
El primer pago en concepto de derechos de autor lo recibió por este libro.


De este mundo y del otro. Colección de crónicas de prensa. 1971

El libro reúne 61 crónicas publicadas en el diario A Capital entre mayo de 1968 y agosto de 1969. Ha sido traducido al catalán, español e italiano. Se trata, según el autor, de "hechos corrientes de lo cotidiano pero también se recurre a la memoria, cosas de infancia".

La noche. 1979. Primera obra teatral

Saramago dramatiza aquí los sucesos desencadenados en la redacción de un diario lisboeta la noche del 24 al 25 de abril de 1974. Sobre el fondeo de la censura, el ansia de libertad y los debates éticos, redactores y editores disputan y mantienen relaciones de conflicto ante los primeros episodios de la Revolución de los Claveles que acabaría con la dictadura de Marcello Caetano. Está traducido al catalán, español e italiano.

Levantado del suelo. 1980

Según sus palabras, se trata de un libro "cuyo gran protagonista es el pueblo del Alentejo con su lucha secular contra la explotación". Cuenta la epopeya de tres generaciones de campesinos alentejanos y denuncia la injusticia y la violencia del poder del Estado y la Iglesia.

Memorial del convento. 1982

Es la obra que le consolida en el ámbito de la lengua portuguesa y comienza a darle visibilidad internacional. Según su propia interpretación, "si Levantado del suelo es la rampa de lanzamiento, Memorial del convento es el misil".

El año de la muerte de Ricardo Reis. 1984
"Es un libro sobre la soledad, triste, sobre una ciudad triste, sobre un tiempo triste", dice de él el autor, quien asegura que "es el libro que más me gusta, aquel que está más dentro de mí".


La balsa de piedra. 1986
Con este libro, Saramago insiste en plantear situaciones narrativas a partir de acontecimientos insólitosl. En este caso, con el desgajamiento de la Península Ibérica del continente europeo y su inmediata deriva atlántica hasta quedar varada en el océano. Ha sido traducido a una veintena de idiomas.

La segunda vida de Francisco de Asís. 1987
Esta obra teatral plantea el regreso a la tierra de Francisco de Asís, santo de la pobreza que encuentra su orden convertida en una gran empresa centrada en obtener beneficios. Su actividad contra esta situación se desenvolverá en un contexto de contradicciones modernas.

El Evangelio según Jesucristo. 1991
Uno de sus libros más polémicos, en el que convierte a Dios en objetivo de sus críticas y humaniza la figura de Jesucristo. Invierte el mito a la luz de una exploración racional de los hechos históricos y pone en evidencia las contradicciones en el comportamiento de los personajes. Las airadas críticas del clero portugués y los sectores conservadores llevan al Gobierno luso a vetar la novela como aspirante al Premio Literario Europeo. A raíz de este episodio, Saramago decide abandonar Portugal.

Una tierra llamada Alentejo. 1992

Ensayo sobre la ceguera. 1995
El relato de una epidemia que convierte en ciegos a los habitantes de una ciudad -Fernando Meirelles la llevó al cine en 2008 con Julianne Moore como protagonista- abrió una nueva etapa en la obra de José Saramago, con muchas obras nacidas de una pregunta: “¿qué pasaría si?”. Inicia la trilogía sobre la identidad del individuo.

Cuadernos de Lanzarote. 1997
Primera parte del día a día de José Saramago en Lanzarote, adonde trasladó su residencia en 1993 hasta su fallecimiento en 2010..

Todos los nombres. 1998
Segunda parte de la trilogía del portugués, narra la historia de José, funcionario del Registro Civil, que colecciona recortes de famosos. Tras encontrar un día un expediente de una mujer desconocida, se enamora profundamente de ella sin haberla visto ni en fotografía..

La caverna. 2000
La lucha de un pequeño alfarero contra un gigantesco centro comercial con el mito de la caverna de Platón como fondo para escribir la novela redactada tras recibir el Premio Nobel en 1998. Narrada en torno a tres personajes principales (el artesano y su hija, que trabajan juntos, y el marido de ésta, que tiene un empleo como vigilante en unos grandes almacenes), La caverna gira alrededor de ese monstruoso y siempre distante centro comercial que recuerda algunas imágenes literarias creadas por Franz Kafka. Tercera parte de su trilogía sobre la identidad del individuo iniciada en Ensayo sobre la ceguera.

Cuadernos de Lanzarote II. 2001
Segunda parte del día a día de José Saramago en Lanzarote, adonde trasladó su residencia en 1993 hasta su fallecimiento en 2010. .

El hombre duplicado. 2002
Es la historia de Tertuliano Máximo Afonso, un profesor de Historia de 38 años que descubre en una grabación de vídeo a un hombre muy parecido a él y se propone encontrarlo. Una reflexión sobre la búsqueda de la identidad, propia y ajena, que refleja su particular visión del mundo.

Las intermitencias de la muerte. 2005
“Al día siguiente no murió nadie. El hecho, por absolutamente contrario a las normas de la vida, causó en los espíritus una perturbación enorme, efecto a todas luces justificado, basta recordar que no existe noticia en los cuarenta volúmenes de la historia universal, ni siquiera un caso para muestra, de que alguna vez haya ocurrido un fenómeno semejante”. Saramago responde a la pregunta: ¿Qué pasaría si la gente dejase de morir?

Las pequeñas memorias. 2006
Reúne los recuerdos de cuando era pequeño y, también, por su extensión: apenas 180 páginas en las que sólo está "lo esencial". No hay adornos innecesarios. Saramago se crió en un entorno familiar lleno de privaciones y en el que abundaban los analfabetos. En sus memorias cuenta cómo fue descubriendo el mundo en sus primeros años de vida, un mundo que todavía le sorprendía con cosas absolutamente maravillosas.

El viaje del elefante. 2008
La novela describe un viaje, al mismo tiempo épico, prosaico y jovial, de un elefante asiático llamado Salomón que en el siglo XIX, por algunos caprichos reales y absurdos designios, tuvo que recorrer más de la mitad de Europa. Se trata de un hecho real, ocurrido en la época de Maximiliano de Austria, que nació en Viena, fue nombrado emperador de México en 1864 y fusilado en 1867.

Caín. 2009
En una revisión de los primeros libros de la Biblia, recorre las ciudades decadentes, los campos de batalla, los establos… El Nobel luso hace un irreverente, irónico y mordaz recorrido por diversos pasajes del Antiguo Testamento. Tras el asesinato de su hermano Abel, Caín vaga por la tierra de Nod con la maldición de la inmortalidad.

José Saramago en sus palabras. 2010
El libro que editará próximamente Alfaguara recoge reflexiones íntimas, literarias e ideológicas a partir de declaraciones del premio Nobel en la prensa escrita.

Video:
http://www.elpais.com/especial/jose-saramago/obra.html

José Saramago se vio con la muerte en la Navidad de 2007. Casi un año después, en Lisboa, me contaba ese encuentro con mucha serenidad, incluso con una cierta compasión por aquel personaje que había venido para llevárselo: "Que no me hablen de la muerte porque ya la conozco. De alguna forma ya la conozco". Y me explicó que la muerte se alimenta de palabras, les devora el tuétano, y el rastro que deja es un silencio mudo. La parte de su cuerpo que resistió fue el lenguaje, que lo mantenía vivo, en vilo, con una excitación germinal: "Me oía a mí mismo, y el humor con el que yo me comunicaba me sorprendía, me emocionaba".


Así que el lenguaje, la boca irónica de la literatura, lo levantó del suelo. Y ese plus, ese tiempo "de más", fue una conquista del humor de las palabras y un regalo para José, para quienes más le querían, y para nosotros. Algo había de parábola en lo sucedido. Samuel Beckett habló de "la muerte de las palabras". Las palabras que ya no quieren decir. La obra de Saramago tiene desde el inicio la condición de rescate. Él viajó al núcleo del silencio y se encontró con las "voces bajas" de la historia que todavía tenían mucho por decir. Como diría Vladimir, en Esperando a Godot: "Estar muertas no es bastante para ellas".

Los buenos sentimientos no garantizan una buena literatura. Eso era algo que Saramago tenía claro. Pero tal vez ayudan en la ortografía. Fue uno de los pocos triunfos que él experimentó de niño. Lo cuenta con alegría en Las pequeñas memorias. El que una maestra ensalzara su buena letra, ese primer trato con la palabra escrita. Como es sabido, no fue un autor precoz. Tal vez porque dedicó mucho tiempo a escuchar. Conocía sonidos que ya pocos distinguen. Hasta que tuvo "habitación propia", vivió en espacios muy pequeños, hacinados, donde no cabían los fantasmas, ni siquiera los navideños. Pero él oía por la noche a la costurera trabajar incansable detrás de las paredes. La costurera que se había quedado prisionera con su máquina por coser los domingos. Aquella máquina era la termita. Pero José aprendió a escuchar con la imaginación. La máquina de coser y la termita eran tan reales la una como la otra. Las palabras eran hilos que se ovillaban en la memoria. Un día tiró de un hilo suelto, lo liberó poco a poco, con la blandura caliente del lodo vivo, y descubrió que su cuerpo era un río: "Nadan peces en mi sangre y oscilan entre dos aguas / como las llamadas imprecisas de la memoria".


"Las palabras sueñan que las nombramos", dice Carlos Oroza en un poema. Había muchos hilos sueltos, muchas palabras, muchas memorias proscritas esperando por José Saramago. No es casual que su primera gran obra se titulase Levantado do chão (Alzado del suelo). Todo el saber acumulado, la esmerada ortografía, el don de ver más de las paredes, la escucha de la imaginación, la memoria amasada con fermento, aquella melancolía que era sinónimo de libertad y deseo, la diligencia periodística, todo se concitó para levantar las voces del suelo, para sostener en vilo el lenguaje. Y entonces el escritor, ni viejo ni joven, se apresuró a escribir como si oyese el mandato del surrealista René Char en Común presencia: "Apresúrate a transmitir lo que te corresponde de maravilla, de rebelión, de generosidad".

Maravilla, rebelión, generosidad. Esas tres palabras ganan juntas y accionan toda la energía del efecto Saramago. Es algo que se percibe nada más abrir Memorial del convento. ¿Qué ocurre? La atmósfera tiembla. Es ese tipo de obra que sabemos extraordinaria, pero que no sabemos cómo se ha escrito.

Como persona, Saramago no fue ni cínico, ni indiferente ni cobarde. Hay una cita de La sagrada familia que le gustaba en especial, y que le permitía saborear en público el nombre fastidioso de Karl Marx: "Si el hombre es formado por las circunstancias, entonces es necesario formar las circunstancias humanamente". Pero además, para el escritor, el no ser cobarde, el no serlo mientras escribe, es una exigencia. Y José Saramago fue un escritor muy valiente. Algunas de sus novelas, que arrancan de alegorías, parecían empeños imposibles. Pero al final siempre consigue que hable la boca de la literatura, de la humanidad.

Hay momentos en su obra en que marchan juntos vivos y muertos. En la historia, hay empeños comunes. Como en Rulfo, tienen mucho que contarse. De repente, Saramago se olvida del lector y se dirige a una de las personas que más quiso, a su abuela Josefa, la mujer de Jerónimo: "Tú estabas, abuela, sentada en la puerta de tu casa, abierta ante la noche estrellada e inmensa, ante el cielo del que nada sabías y por donde nunca viajarías, ante el silencio de los campos y de los árboles encantados, y dijiste, con la serenidad de tus noventa años y el fuego de una adolescencia nunca perdida: 'El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir'. Así mismo. Yo estaba allí".


Entrevista a José Saramago por Manuel Rivas (2008)

Uno tiene una memoria corporal. ¿Qué relación ha tenido con su cuerpo José Saramago?
Yo he aceptado mi cuerpo. No ha sido nunca el cuerpo de un Adonis. He tenido con la edad un cierto declive. No he sido nunca un hombre de músculos. Tengo un esqueleto estrecho. Lo acepté. Con una cierta vanidad, quizás sí, quizás no, me gusta que después de los cambios, y en este caso último la enfermedad, mi cuerpo siga presentando una cierta...armonía. Una buena apariencia física. En el fondo no estoy descontento. Pero pasar de ahí a una especie de adoración de mi propio cuerpo, cuidándolo mucho, nunca he caído en esa tentación. Ni siquiera puedo utilizar la palabra tentación porque nunca la he tenido.

Saramago, el hombre silencioso, el hombre serio, al que algún cáustico atribuyó una "gravedad 'cachimbal".
[Sonríe] ¡Eso era cuando fumaba en pipa! Es verdad. Yo he sido, desde muy niño, callado, reservado, melancólico. Nunca he tenido la risa fácil. Incluso la sonrisa, para mí es algo que me cuesta trabajo. Y las alegrías o las tristezas en mí son interiores, no las manifiesto. Ya de niño era así.


Sin embargo, si hay una constante en su obra es la ironía, un tipo de humor muy profundo.
El humor llega más tarde. En lo que escribía a los 23 años no había humor ninguno. El conocimiento propio, el conocimiento de los demás, ésa es la base del humor. El humor es una creación muy laboriosa.

Después de publicar 'Levantado del suelo', dijo: "No escribo para satisfacer dictámenes. Escribo un poco como quien respira, como quien habla". Tal vez el lenguaje acudió ahora en ayuda del cuerpo. Sin duda. Era como si me transportara, como si me apoyase en el lenguaje. Yo mal podía moverme en la cama, pero me sentía llevado por el lenguaje. Una mente que era consciente de la realidad de mi estado, de la situación límite, que a la vez era capaz de desdoblarse y funcionar como si no pasara nada, como si la libertad de la mente, del argumento irónico, no estuviera bajo la presencia constante de la enfermedad, eso ha contribuido muchísimo para salvarme. El humor, una capacidad de animación oral extraordinaria, ese funcionamiento de la mente. Y curiosamente, de todo esto yo he salido con un espíritu totalmente sereno, de una serenidad impresionante. No es como si no hubiese pasado nada, porque creo que esa sensación de serenidad total es también una consecuencia de la enfermedad. No porque yo hubiera aprovechado para hacer un examen de conciencia. Yo no he hecho ningún examen de conciencia. Quizá por la proximidad, por una proximidad casi tangible de la muerte, he salido con una serenidad que se mantiene hoy. Comparada con el centro del huracán, donde no pasa nada, donde el aire no sopla.
Lo convencional es pensar que uno, en esas circunstancias, hace balance de la vida. De lo bueno y de lo malo. Calcular el peso del alma. Es cuando pronuncia una de esas grandes frases, como el Borges que decía: "He cometido el más grande pecado que un hombre puede cometer...No he sido feliz".
-Eso es una operación mental, que fabricas luego. Conmigo no ha ocurrido eso. Yo he regresado a la vida. He regresado con naturalidad y con esa serenidad total de la que hablaba. No podía moverme y no me movía. Quizá llegase el día... Y llegó. Un médico me ha dicho: usted necesita por lo menos un año para recuperar algo que se parezca a la normalidad. Bueno, ha sido todo más rápido, sorprendentemente rápido, pero, al mismo tiempo, duro. Ya que hablamos de humor, tal vez la frase apropiada para el momento sea una expresión francesa: Reculer por mieux sauter (Esperar el mejor momento).

En 'El viaje del elefante', el humor es gozoso. De la estirpe de Cervantes y Fellini. Después de la enfermedad, ¿podríamos hablar de un tercer Saramago, de una especie de catarsis?
Quizá se pueda decir eso. Salí del hospital y me senté a trabajar. No podía con mi alma. Y los dos primeros días después de salir me dediqué a la corrección de lo que había escrito antes, unas cuarenta páginas. Y al tercer día ya estaba avanzando en El viaje del elefante. Ésa es una situación en la que tiene cierta lógica que uno se pregunte: ¿quién está haciendo esto por mí? Porque en principio no podrías. ¿Cómo vas a poder escribir en esas condiciones? Lo hacemos, pero nos parece tan sorprendente que hayamos podido hacerlo. Mi relación con este libro es ésta: ¿cómo es posible que lo haya podido hacer?

Samuel Beckett hablaba de una "extraña obligación" en ese seguir adelante...
Yo había escrito 40 páginas de El viaje del elefante en 2007. La pauta ya estaba marcada. Tenía un punto de partida, unos datos históricos mínimos. El empeño del rey portugués João III de regalar a su primo el archiduque de Austria un elefante hindú que llevaba dos años en Lisboa, y la aventura que supone trasladar en comitiva ese animal hasta Viena. Hay una frase en el pórtico de la novela que pertenece al Libro de los itinerarios: "Siempre llegamos al sitio donde nos esperan". Tal vez ése es el secreto. Para mí escribir es también una función vital. También para mí es un viaje. Bueno, el caso es que sale algo que es, pero podría no ser. La composición de este libro es extraña. En el fondo yo no sé nada de este libro.

Si lo dijese otro autor me parecería una 'boutade'. A usted le creo. ¿Quién, en realidad, está narrando?
No tengo ninguna respuesta. La asociación de ideas tiene para mi trabajo una importancia que no he podido calibrar. Me fío mucho de la asociación de ideas. Yo siempre he negado la existencia del narrador. Los estudiosos me decían: "¡Usted está equivocado!". Y yo les ponía un ejemplo: ¿dónde está el narrador en una obra de teatro? Cuando me puse a escribir esta historia, me dije: ¿queréis un narrador?, ¡pues aquí estoy! Así que estoy contando la historia como quien está sentado en la cocina de mi pueblo contando una historia. Y aquí podríamos decir el refrán: "A quien cuenta un cuento siempre le crece el cuento". Por lo demás, el libro es un homenaje a la lengua portuguesa.

García Márquez decía recientemente que "sufría como un perro" cuando leía la prensa. ¿Usted también está enojado con el periodismo de hoy?
Creo que Gabo dramatiza y yo ya no dramatizo nada. Tal vez es verdad que hay una cierta rebaja en la calidad de los escritos. Pero depende. ¿Cómo podemos decir que el periodismo de ahora es peor que el de antes? Pienso en Portugal, en España, con las dictaduras, cuando la información era intoxicación, y entonces, ya no sufro. Ni como un perro ni como nada.


No hace periodismo de redacción, pero vuelve a estar en primera línea. Un premio Nobel, un autor célebre, va y abre un sencillo 'blog' en la Red, 'Cuaderno de Saramago' (en portugués y castellano), como un aprendiz. Sus libros obtienen las mejores críticas en los principales medios de Estados Unidos, como 'The Washington Post' o 'New Yorker', sin importarles su posición política. Están en las librerías de todos los continentes. Podría publicar en los grandes medios de opinión. ¿Por qué ese 'blog'? ¿Por disidencia?
Quizás es esa novedad de volver a empezar. Escribir sin ningún condicionamiento. Los medios te pagarían, claro está. Pero mira, ha ganado Obama, me felicito, y a continuación escribo un artículo en el que pido sin medias tintas el cierre de Guantánamo y el cese del bloqueo económico a Cuba. Y así, sobre lo que se me ocurre. En realidad, el sistema acaba por integrarte. En el fondo no eres más que una guinda en el pastel. Te toleran. Se ríen de ti. ¡Cosas de Saramago!

Lo que usted llama guindas pueden ser espacios de resistencia. Por lo que parece, el ridículo lo está haciendo el sistema. En un texto sobre Marcos Ana (en prisión franquista desde 1939 a 1961) usted hablaba de derrotar el cinismo, la indiferencia y la cobardía.
Por supuesto. Para nada soy cínico. Lo que digo es que soy por definición muy escéptico. No es bueno, ya lo sé. Me gustaría entusiasmarme, pero no lo consigo. Hay una grave crisis, pero los ciudadanos no tenemos mecanismos para influir. Pero, por lo menos, deberían decir la verdad. Fíjese usted, António Guterres, cuando era primer ministro, declaró en una entrevista: "La política es el arte de no decir la verdad". ¡Y nadie se levantó para protestar! Aunque no queramos, a los ciudadanos nos arrastra la corriente. O la estampida. Ahora bien, hay que decir: no estoy de acuerdo. El escepticismo no es resignación. Yo nunca me resignaré. Cada vez me siento más como un comunista libertario. Hay tres preguntas que no podemos dejar de hacernos en la vida: ¿por qué?, ¿para qué?, ¿para quién?

¿Usted nunca se vendió? Quiero decir, ¿no tiene la sensación de haberse vendido nunca, por ejemplo, para un premio?
No. Nunca me he vendido. No me he vendido. Ni material, ni simbólicamente. El Premio Nobel consagra algo que ya estaba ahí. En la, digamos, clase literaria hay una serie de gente que no me soporta.

¿Por qué existen estos odios entre escritores, a veces más intensos cuanto más vecinos?
Eso que decía Jean Chapelain: "El escritor no lee a sus colegas, los vigila". Para mí resultan inexplicables. No sé. No creo que se trate de la persona, no creo haber dado motivos. Tal vez no se soporta eso que llaman el éxito, o la fama, el Nobel... Cuando yo aparecí en los años ochenta, el panorama literario estaba organizado, completo, cada uno en su lugar. Y si había envidias, pues también estaban en su lugar. Yo no estaba previsto.

Manuel Vicent dice que en la cultura habita lo mejor y lo peor de la humanidad.
En mi caso, creo que algunos simplemente se sintieron amenazados en su lugar. Pero lo que nadie puede decir es que haya escrito un libro malo.

Con odios o sin odios, no creo que tenga que preocuparse ya por los duelos en los salones literarios. Cuando me dieron la noticia del Premio Nobel estaba en la feria de Francfort. Di una rueda de prensa y dije: "Yo no he nacido para esto, pero esto me fue dado". Es verdad. No he nacido para esto. No nací para esto ni para aquello. Nadie puede decir que nadie nació para esto. [Al fin, sonríe] Tampoco Obama nació para ser presidente.

En sus obras hay personajes inolvidables, fascinantes, que pertenecen a la realidad inteligente. ¿No me diga que no se enamoró de Blimunda, la de 'Memorial del convento'? Blimunda... ¡Sería mucha mujer para mí! Aunque es sencilla. Tal vez la mujer del médico de Ensayo sobre la ceguera... Sí, tal vez ella.

Da la impresión de que, en la realidad, ha sido más amigo de las mujeres que de los hombres.
Sí. Eso es verdad.

Hubo un tiempo en que se propagó que había elegido el exilio. Un exilio español. Y es verdad que tiene un hogar en la isla, en Lanzarote. Pero no parece usted un autoexiliado.
Cuando estoy allá, también estoy aquí. Nunca me he ido. Expresé mi protesta a un Gobierno conservador por la actitud censora que tuvo con El Evangelio según Jesucristo. Y he criticado otras cosas de Portugal. Y de España también. Y de este mundo, que para tantos tiene la forma del infierno. Pero, ¿qué sería de un escritor sin la libertad de palabra?

Da la impresión de que su imagen en Portugal ha cambiado mucho en los últimos tiempos, de que es más querido, menos polémico, incluso para aquellos que mantienen opiniones políticas contrapuestas. Ya sé que no le gustan las grandilocuencias, pero digamos que es respetado por todos como un héroe portugués.
Es verdad. Noto menos rechazo. Y un proceso de reencuentro, después de malentendidos. En fin. También hay gente que antes decía: "Es bueno, pero es comunista". Y ahora dice: "Es comunista, pero es bueno".

Pronto habrá una gran sede de la Fundación Saramago. Y en un lugar muy especial de Lisboa. La Casa dos Bicos, al pie de la Alfama. Eso sí que es un reencuentro.
Sí. Es un edificio que cede la cámara municipal por 10 años. Constituye un gran reto. Tiene que ser una factoría creativa. La Casa dos Bicos fue construida en el siglo XVI, inspirada en el italiano Palacio de los Diamantes. En el siglo XX fue almacén de bacalao. La zona, en la Ribeira Velha, es muy popular. Una maravilla. Te voy a decir algo muy importante para mí. Llega un momento en que te crees que tal vez no es una utopía que te den el Nobel. Tu nombre empieza a ser barajado, junto a otros. Van pasando los años. El nombre se repite. Y piensas: bueno, pues, ¿por qué no? Tal vez me den el Nobel. Pero nunca, nunca, jamás soñé que la Casa dos Bicos pudiese ser sede de una fundación llamada José Saramago. ¡Las veces que pasé por delante desde niño! Soy poco expresivo, pero, a veces, sólo con pensarlo tiemblo de emoción con todo el cuerpo, de arriba abajo.

Eduardo Lorenço habla de Saramago como "la mano izquierda de Dios". Es ateo, pero crece empapado de cultura cristiana. ¿Para el erotismo, para el amor, ha tenido que luchar mucho contra el pecado?
No. Cuando escribí El Evangelio según Jesucristo, que tuvo las consecuencias que sabemos, en el discurso de agradecimiento al jurado le puse un título que era "El derecho al pecado". Uno de los grandes inventos de la Iglesia católica ha sido inventar el pecado, y después de inventar el pecado, inventar un instrumento de control de la gente. ¿Quién ha decidido lo que es pecado y lo que no lo es? Gran parte de la historia es un absurdo. Y la historia oficial, en la que la Iglesia ha tenido tanto que ver, es una sucesión de disparates. Pensemos en los muertos por la Inquisición. Incluso, en un grado menor, lo que ocurrió con el gran Camões. Tuvo que defender cada uno de sus versos para obtener el plácet del Santo Oficio. Escribí una obra de teatro sobre ese caso, Que farei com este livro?, que refleja el estado de permanente vigilia, peligro y prohibición en que ha vivido la literatura en nuestros países.


¿Qué ha significado para José Saramago su compromiso como comunista?
Actualmente no tengo otra militancia que no sea la militancia indirecta de lo que escribo. Pero la participación política me ha dado algo muy importante. Un sentimiento solidario muy fuerte, la conciencia de tomar parte en una lucha por la humanidad, con todas las sombras históricas que esa lucha ha tenido. En estos asuntos es muy importante la memoria colectiva, pero también la personal. Recuerdo siempre a un camarada con el que yo trabajaba y que fue preso por la policía política. Lo sometieron a la tortura del sueño, la privación del sueño, durante dos semanas. En ese estado no me denunció, no habló, no dijo de mí ni una palabra. Asoció eso a la integridad humana. Ha habido mucha gente así sin esperar nada a cambio. No puedo imaginarme fuera del partido. Hace unos años, después de la revolución, Álvaro Cunhal (líder comunista portugués) tuvo que someterse a una grave operación y antes escribió unas cuantas cartas dirigidas a militantes del partido, cartas que podían ser entregadas a los destinatarios en el caso de que muriesen. No se murió entonces, las cartas han sido destruidas, pero yo sé que en la carta que me estaba destinada, Cunhal decía que estaba seguro de que yo no abandonaría el partido. Y tenía razón. Y la va a tener mientras yo viva.

Pero los partidos comunistas en Europa son una especie en extinción...
En Portugal creo que no existe ese riesgo que menciona. El PCP tiene una base real. Todos lo demás han pasado por operaciones de cosmética, de nombre, de siglas. Y lo peor para ellos es que no están mejor por eso, por haber tratado de hacer ese transformismo.

Ha habido gente que le ha descalificado por esa fidelidad, interpretándolo como un rasgo estalinista. ¿Quién sería Saramago en la Rusia estalinista?
Un hombre que tendría todos los problemas. Un régimen que había hecho de la subordinación del ciudadano un principio, pues estaba condenado a lo que ocurrió. La decadencia en todos los aspectos de la Unión Soviética fue debida a la separación entre el partido y el pueblo.

¿Por qué cree que es tan criticado, tanto en España como en Portugal, cuando habla de iberismo?
Es delicado tocar ese asunto porque nos lleva al campo de los instintos, de las pasiones, y ahí no nos ponemos de acuerdo. Hay patriotas que no pueden ni oír la palabra España, porque tienen esa idea, esa experiencia histórica, de que de España siempre va a venir algo malo. Portugal está ahogado. Y España también, enredada en su propia noria, con asuntos que parecen eternizarse y que no se resuelven. Pero España tiene ya una experiencia de diversidad, con las autonomías, que puede servir para llegar con serenidad a fórmulas unitarias entre los dos Estados. España y Portugal necesitan ambas una convulsión positiva. Sé que esta opinión levanta ampollas, pero lo planteo con honestidad intelectual. Contribuiría a un multilateralismo ibérico. Por supuesto, respetando las culturas y las lenguas. Se enriquecería la situación de Iberia. Y también tendría un efecto positivo en Europa.

¿Significa algo que España y Portugal tengan un Gobierno de izquierda?
No nos engañemos. Es cierto que tenemos en un lado y otro Gobiernos de izquierda, pero de una izquierda que no se nota mucho. A lo mejor no pueden hacer otra cosa. ¿Qué pasaría en Europa si se decantaran más hacia la izquierda? Hombre, no tenemos un Arias Navarro para decir: ¡Vamos a invadir Portugal! Hay que arrumbar de una vez esa idea, que tuvo justificación con Franco, una dictadura mucho más cruel que la nuestra, que hasta le hizo decir a los integristas portugueses: "Espanha, terra perigosa". El problema es que las izquierdas en Europa están casi desaparecidas. Por ejemplo, ¿qué hay en España con referencias intelectuales? Medianías. Están dejando solo al juez Garzón. Yo lo que veo son medianías.

GRACIAS, JOSÉ SARAMAGO, GRACIAS...

(En un rincón del corazón esperamos que Pilar tenga una cómoda repleta de textos inéditos)






 




domingo, 20 de junio de 2010

Carlos Monsiváis: Visitaciones

Entregas de videos de Carlos Monsiváis, pequeñísimo homenaje a la ausencia de una pluma crítica, de un guía del pensamiento mexicano.












martes, 15 de junio de 2010

Josefina Vicens: "Los años falsos" y el trasvestismo textual


Acuñado en 1910 por el sexólogo alemán Magnus Hirschfeld en su estudio Die Transvestiten, el concepto “travestismo” sirve para denotar “una irrefrenable tendencia a ponerse ropa del sexo opuesto”. Si el disfraz cambia lo que uno es por lo que uno pretende o quisiera ser, puede revelar más de lo que oculta en tanto manifiesta un deseo o fantasía escondidos. En palabras de Marjorie Garber, “el travestismo es un espacio de posibilidades que estructura y desorganiza la cultura: un elemento de ruptura que interviene, no solamente la categoría de la crisis de lo masculino y lo femenino sino la crisis de la categoría en sí”.

Ifis, condenada a disfrazarse de hombre ante la condena paterna de muerte al nacer con un sexo inadecuado, y Tiresias, el célebre adivino que de joven se transformó en hembra y luego otra vez en hombre, ambos personajes referidos en las Metamorfosis de Ovidio; Aquiles transformado en Pirra en la corte del rey Licomedes; la princesa Budur de Las mil y una noches que se hace pasar por su amado Kamaralzamán; las afamadas memorias de Catalina de Erauso, publicadas bajo el título de La monja alférez (1625); doña Juana que se finge varón en el Don Gil de las calzas verdes (1635) de Tirso de Molina; Periandro que se disfraza de mujer en Los trabajos de Persiles y Segismunda (1616) de Miguel de Cervantes; el caballero d’Eon, descrito por Casanova en sus Memorias (1822), que resultó ser una mujer desenfadada; el caso de Mademoiselle de Maupin (1835-1836) de Gautier; Orlando (1929) de Virgina Woolf; Gran Sertón: veredas (1956) del brasileño Guimarães Rosa y El niño de arena (1985) del escritor marroquí Tahar Ben Jelloun son algunos de los numerosos casos de travestismo de personajes en la historia de la literatura: ficciones donde hombres y mujeres encarnan el disfraz de un género que en principio no les corresponde.

Cabe aclarar que los casos de Ifis y Orlando trascienden la esfera del travestismo pues son ejemplos en los que se presenta una transformación radical de sexo. En el orden de la apariencia y la imagen externa, el transexualismo que presentan estos personajes es, en un primer momento, una suerte de travestismo extremo en la medida en que asumir su nueva identidad es un proceso que lleva tiempo. Una vez familiarizados, esa suerte de travestismo se disipa en aras de una legitimación del nuevo sexo que ahora les corresponde. Cabría entonces hacer la distinción: el transexualismo opera en el horizonte de los cambios profundos, mientras el travestismo lo hace en la esfera de la simulación. En este sentido Ifis ejemplifica ambas transformaciones de manera idónea: primero, el travestismo a que la someten su madre y la nodriza a fin de simular un género masculino que la salva de morir a manos del padre que tan sólo toleraría su descendencia a través del hijo varón; segundo, cuando próximas las nupcias con la doncella Yante, la diosa Isis se apiada de los ruegos de la propia Ifis para transformar su sexo y así encarnar el cuerpo de un hombre capaz de consumar una unión que si antes la propia Ifis consideraba “monstruosa”, incapaz de colmar el deseo (se lamenta Ifis, enamorada de Yante: “sed a medias ondas tendremos”), con el milagro de la transexualidad concedido por la diosa, esa unión se vuelve un matrimonio legítimo. Tiresias es también un ejemplo de transexualidad pero transitoria pues su metamorfosis en mujer dura sólo siete años. Su caso registra un simbolismo ligado a la sabiduría y el conocimiento necesarios en un ser que a la postre se convertirá en vidente. En este sentido hay que recordar a Mircea Eliade, en Mefistófeles y el andrógino, cuando habla de una androginia ritual practicada por los chamanes siberianos que se visten con ropas femeninas, se comportan como mujeres, e incluso llegan a desposarse con otro hombre. “Puesto que el chamán reúne en sí los dos principios polares, y puesto que su propia persona constituye una hierogamia, restaura simbólicamente la unidad del cielo y de la tierra, asegurando, en consecuencia, la comunicación entre los dioses y los hombres. Esta bisexualidad es vivida ritual y extáticamente, siendo asumida en tanto que condición indispensable para la superación del hombre profano”.

En términos literarios, una revisión somera de los casos de travestismo antes citados nos ofrece un esquema de varias posibilidades que si bien conllevan la crisis de las categorías de género, ficcionalmente buscan un objetivo más inmediato: 1) el disfraz de género como instrumento para lograr la supervivencia (casos de Ifis, Aquiles); 2) el disfraz de género como medio para conseguir un fin reparador (salvar al amado/ amada: la princesa Budur, doña Juana en el Don Gil, Periandro en Los trabajos de Persiles); 3) el disfraz de género como vehículo de conocimiento (Tiresias, Orlando); 4) el disfraz de género como afán de aventura y medio para experimentar (el caballero d’Eon, Mademoiselle de Maupin).

Además del disfraz, otro elemento inherente al arte del travestismo literario es el secreto pues en todos los casos el disfraz urdido es materia de ocultamiento a los ojos del grupo social de referencia para lograr una simulación tan perfecta que pase inadvertida. Sin duda, esto obedece a la necesidad de simular según cánones de diferenciación sexual establecidos. A su vez, las leyes de esta necesidad tienen que ver con la prohibición y el castigo, en última instancia, formas todas ellas de censura e interdicción según los papeles asignados tradicionalmente al comportamiento de los sexos. Pero no estaría exento en los casos citados el afán de dominio y el placer del juego pues todos los personajes referidos encuentran en la perfección del disfraz una satisfacción que los eleva por encima de aquellos que desconocen su secreto.

TRAVESTISMO AUTORAL

Si el travestismo consiste en ponerse la ropa del sexo opuesto, simular una apariencia de género diferente a la propia en un disfraz tan perfecto que haga parecer verdadera la identidad en préstamo, entonces podría extenderse el término a ciertas obras en las que la persona del autor no corresponde genéricamente con el narrador que refiere la historia.

Por supuesto, a lo largo de la historia de la literatura se han presentado casos de travestismo autoral. Un ejemplo emblemático es el de Cecilia Böhl de Faber (1796-1877), que publicaba con el pseudónimo de “Fernán Caballero” sus libros. En una carta a su editor, Böhl de Faber señala: “Si se hubiera dicho que era una señora, nadie la lee”. En un medio tan patriarcal como lo fue la sociedad española del XIX, el crítico Eugenio Ochoa no dudó en declarar a Fernán Caballero como “el Walter Scott español”. ¿Hubiera sido lo mismo si se hubiera sabido entonces la verdadera identidad de Caballero? Un caso semejante fue el de la francesa Aurore Dupin (1804-1876), alias George Sand, quien asumió una personalidad masculina para firmar sus obras sin que su genio literario se viera puesto en duda por su condición de mujer. En el ámbito inglés son conocidos los casos de George Eliot y las hermanas Brönte/ Bell. Un caso muy reciente de esta suerte de travestismo autoral es el del argelino Mohamed Moulessenhoul (1955), quien se firmó Yasmina Khadra para denunciar la brutalidad y los abusos de las autoridades islámicas de su país. La mexicana Josefina Vicens se firmaba “Pepe Faroles” para publicar sus crónicas taurinas pues en los años cincuenta escribir sobre toros era un coto exclusivamente masculino. En todos estos ejemplos encontramos razones de censura que obligan a sus autores a asumir un género distinto al original, pero no forzosamente nos hablan de una elección en aras de la creación misma.

En un ensayo sobre el travestismo de Alejo Carpentier al disfrazarse de “Jacqueline” para firmar una columna periodística sobre la moda en 1925, el investigador Ben Sifuentes nos habla de un “travestismo textual” para señalar este caso del uso de un nom de plume del afamado escritor cubano cuando aún no era famoso y tenía que ganarse el pan escribiendo sobre la moda femenina. Aunque Sifuentes no define en términos teóricos ese concepto es interesante que no use travestismo autoral sino textual porque así da cuenta de un proceso más complejo que el hecho de ponerse una máscara: la puesta en escena simbólica, social y cultural que es posible dilucidar en este disfrazamiento y que incide de manera intrínseca en los recursos formales y en la concepción de un mundo que se reflejan en el texto mismo y en la voz narrativa pues, como lo señala el ensayista, el travestismo “no es sólo cuestión de hacerse otro, sino también de (des)figurar el yo”.

TRAVESTISMO TEXTUAL

Novelas en las que el género del narrador en primera persona no corresponde con el género del autor —quien echa mano de recursos de verosimilitud para que esta voz disfrazada parezca verdadera y simule una identidad ajena—, son realmente pocas antes del siglo XX. Es el caso de Moll Flanders (1722) del escritor inglés Daniel Defoe (1660-1731), en la que, no obstante el género del autor, es la propia protagonista quien nos relata la historia de su adulterio y prostitución, ascenso social, caída y finalmente redención como mujer pícara en la Inglaterra del siglo XVIII.

Ya en pleno siglo XX, Marguerite Yourcenar pasa de la intención al acto, cuando en Memorias de Adriano (1951) declara en la primera página: “He ido esta mañana a ver a mi médico Hermógenes […] Es difícil seguir siendo emperador ante un médico, y también es difícil guardar la calidad de hombre”. Aquí, esta declaratoria puesta en labios de un personaje histórico define y facilita en principio muchas cosas pues, mientras el escritor no violente la imagen posible del personaje, tendrá nuestro voto de confianza en terrenos de verosimilitud. Además, gozará de nuestra empatía en la medida en que nos revela espacios de intimidad del personaje histórico seleccionado y lo humaniza y nos lo vuelve cercano.

Un caso semejante se presenta en la novela monumental Noticias del Imperio (1987), en la que el mexicano Fernando del Paso toma la voz de la emperatriz Carlota, recluida en la locura y en su castillo de Bouchout, para recrear el melodrama de un episodio histórico de nuestro país. Aquí, Del Paso elige la primera persona para encarnar la voz de la emperatriz demente y hacerla decir: “Yo soy María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina, Princesa de la Nada y del Vacío, Soberana de la Espuma y de los Sueños, Reina de la Quimera y del Olvido, Emperatriz de la Mentira…” Así, con un sencillo acto declaratorio de la identidad, sin más aspavientos que los del peso de la historia y su documentación erudita, sin otros pases mágicos que los de apropiarse de un recurso estilístico cada vez más en boga como es el uso de la primera persona travestida, vamos de la mano de Del Paso, fascinándonos con las revelaciones delirantes y acumulativas de un personaje femenino tan demente como la historia misma del país en una puesta en escena novelística y casi teatral, pero no por ello menos verosímil.

Otro caso reciente es el relato de César Aira, Cómo me hice monja (1993), que narra en primera persona las vicisitudes de una niña que se vive como tal pero que a la vez, en un giro de ambigüedad inusitado, es vista por los otros como el niño César Aira. Este caso extremo sin duda responde a una estética “neobarroca” que, en palabras de Omar Calabrese, consiste en “la búsqueda de formas —y en su valoración— en la que asistimos a la pérdida de la integridad, de la globalidad, de la sistematización ordenada a cambio de la inestabilidad, de la polidimensionalidad, de la mutabilidad”. En este sentido, Calabrese habla de nuestra época como una era signada por el ocaso de la integridad, un gusto por la incertidumbre en la obra y en su recepción, que ha dado lugar a numerosas teorías sobre la obra abierta, los rizomas y fractales en literatura, cine y otras manifestaciones culturales de marcada posmodernidad.

Pero no se trata sólo de un gusto sino de una necesidad: ante la falta de categorías estables, con la crisis de ideologías y epistemes unitarias, los artistas y creadores de las últimas décadas se han enfrentado a la tarea de buscar formatos que revelen de un modo más pleno la inestabilidad de una realidad mental y material cada vez más compleja y cambiante.

ENTRE NACER Y LLEGAR A SER

Tradicionalmente, el enfoque que ha predominado en cuestiones de sexualidad y género es un esquema binario fijo que atribuye y distribuye principios y sustancias como si el hombre y la mujer, lo masculino y lo femenino fueran categorías inalterables, entidades abstractas definidas desde el principio de los tiempos, una suerte de identidades establecidas e inmutables que se rigen conforme a modelos de comportamiento asignados y esperados. Se trata de una visión signada por un esencialismo que otorga cualidades y características intrínsecas, apriorísticas, innatas a cada uno de los sexos. Así ocurre tanto en los mitos teogenésicos como en la asignación de los códigos de comportamiento social. Baste recordar, a manera de ejemplos, la díada “cielo Urano” (elemento activo) frente a “tierra Gea” (elemento pasivo) de cuya conjunción surge la vida, o la leyenda de Aquiles obligado por su madre a disfrazarse de mujer para evitar que combata en la guerra de Troya, donde le espera la gloria pero también la muerte. Oculto en la corte del rey Licomedes, Aquiles revela involuntariamente su verdadera identidad al precipitarse sobre las espadas que el ingenioso Odiseo ha colocado a manera de trampa entre las joyas ofrecidas a las mujeres de palacio, conforme a un esquema de comportamiento establecido: a los hombres les gustan las armas y las guerras, mientras a las mujeres les encanta todo aquello que enaltezca su belleza y vanidad.

“No se nace mujer: llega una a serlo” dice una frase ya canónica de Simone de Beauvoir que ha servido de punto de partida a numerosos estudios en los que se establece una marcada diferencia entre sexo y género, entre nacer con ciertas características y el despliegue de actividades que conllevan una actitud y una acción frente a los otros. La frase de Beauvoir revisaba el proceso de construcción del género en las mujeres, pero una lógica equitativa nos llevaría a plantear el caso contrario: “No se nace hombre, llega uno a serlo”. Una interesante vuelta de tuerca es la que se nos plantea al considerar el discurso literario creado por escritoras que usan la primera persona masculina para narrar sus historias. En la lógica interna de cada universo literario planteado, escritoras latinoamericanas como Josefina Vicens (Villahermosa 1911-Ciudad de México 1988), Silvia Molloy (Buenos Aires 1938), Cristina Peri Rossi (Montevideo 1941) y Cristina Rivera Garza (Tamaulipas 1964) han elegido en varias de sus obras para la voz narrativa en primera persona un género que en principio no les corresponde: el género masculino.

De hecho, en el caso particular del travestismo textual de estas autoras, esa frase canónica admitiría la siguiente precisión: “No se nace hombre, llega un@ a serlo”. Como creadoras y frente a la mirada del lector, a fin de suscitar su credibilidad, hacen uso de recursos estilísticos, formales y del imaginario simbólico y cultural a la hora de confeccionar esas entelequias en principio neutras que son sus personajes-narradores para irlos dotando de cuerpo, alma, y por supuesto, género. Para ello recurren a demostraciones, actuaciones y declaraciones que podrían asimilarse a lo que Judith Butler y Pierre Bourdieu llaman actos de performatividad y ritos de institución de variada índole en términos escriturales para así hacer verosímiles a sus narradores masculinos. Y de paso van conformando y deconstruyendo el modelo patriarcal masculino desde el punto de vista de la diferencia.

Del modelo falocéntrico más tradicional en Josefina Vicens en Los años falsos (1982), pasando por una crítica deconstructiva e irónica del discurso masculino en Cristina Peri Rossi en La última noche de Dostoievski (1992), a la distorsión en la voz doblemente embozada del modelo masculino homosexual en Sylvia Molloy en El común olvido (2002), a la crisis de identidad en la incertidumbre y ambigüedad del hombre-árbol-mujer de Cristina Rivera Garza en La cresta de Ilión (2001), nos vamos alejando del esquema monolítico de hombre para situarnos en el universo de lo impreciso, de lo indefinido, de lo vago que, según Calabrese, “se muestra por todas partes rico en seducción para la mentalidad contemporánea”. Pero también y sobre todo, en la transgresión y en el reto que es toda propuesta artística que se precie de serlo. (Ana Clavel)

viernes, 4 de junio de 2010

Julio Cortázar: "Las babas del diablo"

En “Las babas del diablo” Julio Cortázar establece relaciones organizadoras y estructurantes entre la narración y la fotografía, hace unos breves apuntes acerca del lenguaje fotográfico y, por si fuera poco, crea un cuento basado en imágenes y secretas alusiones fotográficas que rebasan los postulados del principio "teórico" del texto. ¿Qué relación existe entre el lenguaje escrito y el lenguaje fotográfico?

El texto es ambiguo y extraño: al principio parece titubeante en cuanto a su aspecto narrativo, sin embargo, sabe presentar los rasgos que después ocurrirán en la historia. Además, su abundancia de conjeturas y el cambio de perspectivas, junto con los saltos del tiempo, hace que el cuento parecezca complejo.  Así, con el pretexto de presentar las dudas y titubeos de Roberto Michel, el personaje narrador, acerca del punto de vista a elegir y de la limitación de las palabras cuando se quiere decir algo más inasible, impreciso, misterioso o ambiguo, el lector va descubriendo que los problemas que enfrenta un escritor para enfocar o desenfocar una narración son (casi) los mismos que debe sortear un fotógrafo al capturar al mundo con su cámara.

Roberto Michel, el protagonista que vive en París, interrumpe una escena de seducción, que se estaba dando en un parque, al sacar una fotografía de una mujer rubia con un joven. Un mes después amplía la foto y la coloca en la pared de su departamento, ésta le atrae obsesivamente y cuando trabaja en la traducción de un texto al francés la imagen comienza a animarse, le revela la forma de la verdadera seducción. La mujer usa un falso enmascaramiento hacia el joven para entregarlo a un viejo que la espera en un auto. La conclusión de Michel es instantánea: la historia va a repetirse y ahora no puede salvar al joven. Sin embargo, mientras se desarrolla esta acción en la pared, Michel penetra en la escena para ayudar a escapar nuevamente al adolescente, pero esta vez no puede evitar al hombre y en el final del cuento, Michel queda fijo, bocarriba, como una cámara inmóvil que sólo percibe lo que pasa en su lente inmóvil.

Michel se parece al autor por ser intérprete y aficionado a la fotografía, él será el medio para entender las reflexiones sobre la imagen fotográfica que sugiere Cortázar. La primera de ellas es establecer una estrecha relación entre el lenguaje fotográfico y el escrito. Es sabido que toda fotografía encierra un relato: lo esconde o lo revela, algo espectral puede verse en la imagen fotográfica, muda e inmóvil, que sin embargo dice y hace. Ambos lenguajes comparten un nivel sintáctico, ya que la ordenación correcta de las palabras y de los elementos básicos de la imagen, como los planos, el formato, el ángulo, el encuadre, etcétera, hacen que el mensaje sea legible. Asimismo, comparten un nivel semántico en el que el significado y el contenido de los elementos básicos de ambos lenguajes conllevan a la comprensión de su mensaje.

Un segundo aspecto de esta relación de lenguajes lo podemos ver en las profesiones del personaje: traductor y fotógrafo, las dos vehículos de información y contenido, porque el traductor descifra un texto para interpretarlo en otro idioma, mientras que el fotógrafo traduce una situación viva, real, con movimiento, en una situación representada en una imagen fija, y Michel encarna simultáneamente ambas cualidades. De esta forma, tanto traductor como fotógrafo funcionan como filtros de situaciones y realidades que se verán modificadas, porque la verdad del narrador, como la del fotógrafo, no implican la verdad objetiva. Ambos se enfrentan al mundo a partir de la palabra y de la imagen visual.

Por otra parte, al desear plasmar una huella de sus expresiones mediante el lenguaje escrito y el fotográfico –empleados por el traductor y el fotógrafo, respectivamente– el hombre se ha valido del uso de dos máquinas como instrumento de comunicación: la máquina de escribir y la cámara fotográfica, las cuales, como cualquier otra herramienta, requieren que un individuo las opere; al estar en desuso están muertas, pero cuando alguien las toma y las manipula recobran su vida y su función. Serán la extensión mecánica de los ojos y la boca humana, de la vista y la oralidad.

Pero la muerte también se presenta en los operadores. El fotógrafo se encuentra muerto al no aparecer visible en la imagen que registra, y no resucita cuando ésta cobra su propia vida una vez impresa y a través del tiempo. Es lo que Roland Barthes, en La cámara lúcida, llamó “el sentimiento melancólico de la fotografía”: la conciencia de nuestra finitud controlada con la permanencia de algo que ya no está y, a la vez, la conciencia de nuestra vitalidad frente a la certidumbre de algo que ya no estará nunca más: vida y muerte, presencia y ausencia, pasado, presente y futuro. Por su parte, Michel lo expresa cuando dice: “El recuerdo frente a la pérdida de la realidad, recuerdo petrificado, como toda foto, donde nada falta, ni siquiera y sobre todo la nada, verdadera fijadora de la escena.” Asimismo, el escritor también se halla explícitamente ausente en su texto; sin embargo, sabemos que ninguno de los dos creadores actúa sin dejar huella en sus obras.

En realidad las fotografías son experiencia capturada y la cámara fotográfica es el medio para lograrlo, por ello Cortázar manifiesta a través de Michel:

"Entre las muchas maneras de combatir la nada, una de las mejores es sacar fotografías, actividad que debería enseñarse tempranamente a los niños pues exige disciplina, educación estética, buen ojo y dedos seguros.[...] Michel sabía que el fotógrafo opera siempre como una permutación de su manera personal de ver el mundo por otra que la cámara le impone insidiosa, pero no desconfiaba, sabedor de que le bastaba salir sin la Cóntax para recuperar el tono distraído, la visión sin encuadre, la luz sin diafragma ni 1/250."

Entendemos, pues, que la fotografía es el arma ideal de la conciencia en su afán adquisitivo. Al retratar el mundo, el fotógrafo lo va capturando, atrapándolo para sí, y si lo fotografía demasiado éste se irá vaciando, se irá acabando; pero, a pesar de irse vaciando, a su vez éste se va re-significando y adquiere un nuevo sentido en la imagen fotográfica.

La fotografía es el resultado de una seducción, sin dejar de serlo por sí misma. Al fotógrafo le place observar, quizá prefiera más ciertas situaciones que otras, pero cuando se observa con atención se descubre el gusto por mirar. Generalmente, cuando el fotógrafo registra una imagen es porque ésta le ha provocado una seducción extrema al grado de desear poseerla y trascenderla en el tiempo, entonces prepara el encuadre, alista el disparador y... click, ha atrapado el instante con su cámara en una superficie fotosensible, sensible como el asombro que le ha despertado. Este registro, que se vuelve apropiación del referente, puede además tener sabor a conocimiento y quizá, también, tenga sabor a poder, tal vez por eso es que tenga una naturaleza seductora.

En “Las babas del diablo” se presenta una cadena de seducciones; primero está la seducción que tiene el joven hacia la mujer rubia, sin duda le atrae y a la vez le teme. También Michel se encuentra seducido por la escena de coqueteo entre aquellos personajes que observaba desde hacía rato, pero Michel es fotógrafo y, atrapado por el encanto, espera el momento justo y toma la fotografía, instante que desata el clímax de la historia. Por su parte, el hombre del auto también se siente atraído por la escena. Y no olvidemos la atracción que produce la imagen en Michel cuando está colocada en la pared.

Respecto al momento justo de la toma fotográfica, en este caso, cuando Michel espera a que toda la escena de la seducción de la mujer se resuma en un instante, Cartier-Bresson ya lo había llamado “el momento decisivo”, justo cuando todos los elementos de la escena se conjugan. A través de Michel, Cortázar lo explica de la siguiente forma: “Una imagen rígida destruye el movimiento al seccionar el tiempo, si no elegimos la imperceptible fracción esencial.”

Pero recordemos que cuando Michel identifica la fracción esencial y toma la fotografía, de inmediato se rompe el orden de la escena y provoca la reacción instantánea de todos los personajes. El joven huye, la mujer, molesta, le exige el rollo y el hombre del auto desciende de éste para atender a lo ocurrido. Esto se refiere claramente a la capacidad interventora que tiene la fotografía en la realidad, por ello podemos proyectar esta reflexión al polémico papel que tiene el fotorreportero en una situación límite, donde está en juego la vida, la muerte o la fotografía; la seguridad, el riesgo o la fotografía. Entonces es conveniente preguntarnos ¿hasta qué punto el fotorreportero es observador o registrador?, ¿hasta qué punto es interventor y puede convertirse en actor? La discusión sigue abierta.

En cuanto a la dicotomía realidad/ficción hay que aceptar que los dos ámbitos están dentro de la literatura y de la fotografía. En estos mundos comunicantes, el de la ficción se encuentra contenido en el de la realidad, pero en “Las babas del diablo” el mundo contenido, el de la ficción y el de la realidad, está enmarcado en una ampliación fotográfica. Por años y desde la invención de la fotografía, se ha dicho que ésta es una copia de la realidad; desprovista de código y, por lo tanto, de intención, a la imagen fotográfica se le considera el registro más objetivo, pues se pretende rinda cuenta fiel del mundo; pero, así como la literatura, la fotografía, al ser creada por el hombre, implica la representación subjetiva de las realidades y llega, quizá, en ciertos momentos, a rozar con la falsedad; porque todo mirar implica una apariencia y el mirar del fotógrafo, como el del escritor, es una mirada atrapante, externa a sus ojos, a sus brazos y extensora de sus falsedades. Por eso dice Michel:

"Creo que sé mirar, si es que algo sé, y que todo mirar resuma falsedad, porque es lo que arroja más afuera de nosotros mismos, sin la menor garantía. [...] De todas maneras, si de antemano se prevé la probable falsedad, mirar se vuelve posible; basta quizá elegir bien entre el mirar y lo mirado, desnudar a las cosas de tanta ropa ajena. Y, claro, todo esto es más bien difícil."

Para terminar, la eficacia del final de la historia, cuando el protagonista ha impreso la imagen, la coloca en la pared de su habitación y ésta comienza a cobrar vida, radica en que para contar los hechos Michel pareciera haberse convertido en una cámara, tal vez más de cine que de fotografía, y de nuevo el ojo del fotógrafo fuera su lente y éste su voz: el narrador del cuento ve y describe como una cámara, pero en realidad es un hombre.

El estado final de Michel hace pensar en una metamorfosis no explicada y ambigua: el fotógrafo (su voz, su mirada, su persona) se convierte en una cámara. La transformación final de la ampliación en una especie de pantalla con vida cuyos personajes están ahí, en persona, y no sólo como representaciones, me parece una de las perspectivas más luminosas con que se haya apreciado a la fotografía desde la literatura: la obra fotográfica no es un presente congelado, como podría parecerlo, sino un instante dinamizado hacia el pasado y el futuro que exige ser completado por la mirada del espectador.